EN
LA LEYENDA,
LA
GRAN ESFINGE HABLA
Rodolfo
Benavides
-Insigne
escritor mexicano-
De su
magna obra:
Cuando
las piedras hablan, los hombres tiemblan.
Y
dijo así:
«—¡Oh
Kqjaman Amin! ¡Oh Amté! ¡Oh Hamarqueis! Eres la Salva- guarda de mi vida pasada y por venir.»
Asi
decía el viajero del desierto con el rostro hacia el cielo, para luego bajar la cara hasta colocar la frente
contra la arena a la sombra de la enorme cabeza de la Gran Esfinge.
«—¡Horus,
protégenos de todo mal!»
Así
clamaban muchas voces a coro, de todas las edades, que parecían salir de la
candente arena.
«—¡Oh
gran Dios del infinito, dador de la vida, gran Dios del desierto y del Nilo y
de la Eternidad!»
Y
los hombres, con las percudidas, raídas y ligeras ropas que alguna vez fueron
blancas, siguen lentamente su camino al lado de sus camellos impasibles,
azotados cruelmente por los cálidos vientos del desierto.
La Gran
Esfinge, serena, los ve alejarse y, suspirando, dice:
«—¡Yo,
la reina de estas regiones, fui la primera en revelar a los hombres el misterio
de la vida que hay en el trigo y en el maíz! ¡Yo, que traje la vida, desde
siempre he visto desafiar la muerte!
Si,
me he visto rodeada de seres sufrientes; pero tantos, tantos, desde la infancia
de la humanidad... Sí, porque en mí está la historia de hombres de gran
pensamiento, que, sin embargo, son hoy espíritus ignorados. Pero en mí quedó el
recuerdo y en mi renació la vida mucho antes de empezar tu historia. ¡Oh tú, Heródoto
el griego! ¡Oh tú, que me escuchas en estos tiempos revueltos que ya se acaban!
Mi
vista se pierde en la distancia inmensa, entre el polvo de los siglos, de las
edades, de los milenios, de los cataclismos y en el vibrar del sol candente
sobre el gran desierto.
Por
todo esto, he visto a tantos hombres dolientes y hambrientos pasar, pasar
mustios a mi lado, arrastrando su miseria, pidiendo en plegaria a los dioses
protección.
Y
también he visto pasar profetas de luengas barbas, poetas de bello decir,
hombres de alto pensamiento y buscadores de verdades en el cielo y en la
Tierra; pero también he visto a la multitud de guerreros, enarbolando banderas
de humo ensangrentado, vanidosos que nunca levantaron otra cosa que nubes espesas
de polvo en las que escondieron siempre su vergüenza, y siempre con las bestias
que los acompañaban, hombres sin alma ni espíritu, con el corazón movido por
ilusiones de vana grandeza; hombres cargados como bestias de instrumentos
homicidas.
Si,
frente a mí han pasado Alejandro, César, Antonio, Cleopatra, Napoleón y qué sé
yo cuántos hombres y razas diversas; todos, capitanes y vasallos, caminando
siempre hacia espejismos. Pero escucha: ya desde mucho antes de Alejandro, se
decía que el hombre teme al tiempo, pero que el tiempo teme a las pirámides y a
la Esfinge. Y el tiempo nos teme, porque somos libros abiertos para quienes nos
saben leer, y en nuestras páginas de piedra está lo que el tiempo ha hecho de
los hombres que han aparecido y desaparecido juntamente con sus dioses,
vanidades y absurdos.
Y,
más cercanos a tu tiempo, han pasado geómetras, astrónomos, arquitectos,
matemáticos y otros muchos sabios cuya mente ha rebotado contra la roca porque
han negado su propio espíritu.
j0h
tú, viajero del mundo, que me escuchas! Esta es la historia de Egipto, que
empezó mucho después de que manos expertas hoy desconocidas me esculpieron en
la viva roca de este sitio, para servir de referencia a las edades en el lejano
pasado y de testigo viviente al "hoy" que está ya casi acabado.
¡Ayer, la catástrofe que bajó del cielo...! Mañana... ¿mañana? ¡Oh tú que me
escuchas! Endereza ahora mismo tus veredas, porque tu porvenir está agotado.
j0h
viajero, hoy del desierto, mañana del cielo! Tú que te cobijas a mi sombra y
que pides protección, debes saber que durante milenios he sentido cómo los
monzones refrescantes y los jamasin, vientos abrasadores cargados de arena, han
cubierto mi cuerpo. Escucha, viajero del mundo: no te lleves pedazos de mi
cuerpo, porque son letras que un día harán falta para poder leer la verdad
completa que tantos quisieran conocer.
Nada
de lo que te digo es vano. Ya hubo una vez quien me pidió, y yo le escuché y le
contesté: "Líbrame de la arena que cubre mi cuerpo y yo te haré rey. El
cumplió su parte y fue rey."
-Pero
eran entonces tiempos en que el hombre adoraba dioses que, aunque de piedra, no
eran sordos ni mudos. No obstante, algunos que se creyeron superiores llamaron
a esa práctica idolatría, paganismo y otras cosas peores. Y, para
diferenciarse, ellos humanizaron a los dioses. Y te diré: si nosotros los de
piedra hemos durado algo, ciertamente los humanizados duraron menos, pues yo
los he visto nacer y derrumbarse desencarnados
y olvidados.
¡Oh
viajero que pasas a mi lado, buscando las huellas y la verdad de tu origen y la
meta de tu porvenir! Lo que has escuchado es mi mensaje, que, como habrás
notado, sale de la profundidad de las edades.
"Habrás
escuchado también, si eres sensible, las voces, el canto y el llanto de
mujeres, hombres y niños clamando justicia.
Ellos,
como huella de su paso por la vida, dejaron columnas, templos y símbolos
diversos.
Hoy
anochece ya, y te asustará el ver mi silueta recortada contra el cielo
iluminado solamente por estrellas; puedes irte. Yo esperaré aquí a que mañana
venga de nuevo el sol a saludarme, acariciándome el rostro. Entonces, si lo
deseas, volveremos a hablar, cosa que a mí me agrada enormemente.
Y
ten presente que me quedaré aquí para ver pasar a los hombres y a las edades
hasta la eternidad, cuando un día todos seamos polvo cósmico. Sin embargo,
mientras llega ese mañana, *estaré aquí para auxiliarte cuando me necesites.
Para
mí, el tiempo no existe. Para ti, desde el instante mismo de tu nacimiento
empezó tu muerte. Por ello, tu tiempo no es para desperdiciarlo. Yo puedo
esperar aquí a que pasen los tiempos malos y a que lleguen otros mejores. Pero
tú no puedes hacer lo mismo, porque tus pasos están contados desde mucho antes.
El
calor y la luz de esta tierra tan querida, estimulan hoy el ardor de tu
entusiasmo. Pero vendrán los días fríos: en la penumbra y en el silencio
oliente a añejo del interior de museos y bibliotecas, en el deambular por
terrenos escabrosos, en el vaivén de opiniones necias, abyectas y hasta
ofensivas..., cuando todo eso —que es la condición humana— llegue, tendrás que
resistirlo y necesitarás entonces más fuerza y entereza en el alma que en el
cuerpo.»
Así
dijo la piedra y entonces se abrió al frente el largo y sinuoso camino que
conduce al infinito. Y ante la magnitud y profundidad de lo ignorado, el
entusiasmo se fue transformando en miedo a lo desconocido. El Espíritu comenzó
a temblar, mucho más de lo que pudiera hacerlo el cuerpo.
Era
ese el instante del silencio imponente, principio de la noche, cuando el
misterio envuelve esa tierra de faraones.
Después,
con la sucesión de nuevos amaneceres, empezaron a desfilar "lenta y
penosamente las realidades objetivas, todas difíciles de comprender, como
llegadas de otra dimensión que nos obstinamos en negar, a pesar de que vivimos
en ella.
Y
tal como dijo la piedra, así sucedió en los años siguientes. La tarea empezó
con la investigación del río Nilo, que se supone debe haber sido el principio
de la vida de Egipto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario