PRIMER GRADO DE
©Abg. GIUSEPPE ISGRÓ C.
Don
Pascual le dice a Jo: -¿Conoce usted los grados de la sabiduría a la que hacía
mención Oscar Wilde?
-No,
-le responde Jo-, ¿cuáles son?
-El
primero, -dice Don Pascual- es: -“Quedarse callado”.
-El
segundo, -continúa el ilustre gallego-, es: -“Hablar poco, claro y conciso”.
-El
tercero, y el más sorprendente, es: -“Cuando alguien afirma que algo es
absolutamente cierto, es incierto; no quiere decir que no sea verdad, pero es
incierto”.
Excelente
percepción, la de Oscar Wilde, -asevera Jo-. Voy a meditar sobre ellos.
-Luego,
Don Pascual pregunta-: -¿Ha leído usted a Oscar Wilde?
-Solamente
algunos cuentos, -responde Jo-, tiene una prosa excelente.
-Tiene
algunas obras extraordinarias, -agrega Don Pascual-, como: El retrato de Dorian
Gray y de Profundis.
Don
Pascual se extiende haciendo un resumen de cada una de las citadas obras. Son
maravillosas, concluye, y profundas.
A
principios de los años noventa, Jo conoció a Don Pascual por motivos
profesionales.
Don
Pascual, siempre fue un excelente lector, pero ahora, en edad madura, estaba
leyendo mucho y proyectaba escribir un libro. Se había dejado crecer la barba,
de blanquecino color; y quien le viera, creía estar en presencia del gran
escritor español: Valle Inclán. Don Pascual está consciente del enorme
parecido, y quiere emular, también intelectualmente, al insigne polígrafo.
Analicemos,
ahora, el primer aforismo de los tres que constituyen los grados de la
sabiduría, según Oscar Wilde: -“Quedarse callado”.
Decía
Abraham Lincoln que un tonto podría serlo y nadie se enteraría de ello, excepto
que tomara la palabra, y lo demostrara por la simple evidencia.
Callarse
es un signo de sabiduría, ya que, al hacerlo, centra la atención, con empatía,
en lo que expresa el interlocutor, y tiene la oportunidad de captar el exacto
sentido de lo que dice, de manera que pueda integrarse inteligentemente en el
diálogo. Al escuchar, aprende, y puede representarse, mentalmente, el efecto
probable del mensaje y deducir, certeramente, las verdaderas intenciones del
que habla.
En
cierta ocasión le decía Sancho Panza a Don Quijote: “Una cosa es lo que piensa
el burro, y otra quien le arrea”.
Observar,
sopesar, reflexionar, deducir, inducir, sacar exactas consecuencias de lo oído,
y responder juiciosamente, aunque sea con una sonrisa, o un asentimiento de
cabeza, o unos ojos asombrados, o un movimiento de un lado para otro de la
cabeza, en señal de inconformidad, y aprender, al mismo tiempo, del mensaje que
contiene cada palabra oída, sólo se puede realizar estando callado.
Además,
estando callado se puede meditar, mientras se escucha, y percibir la realidad
factible, en el nivel mental de determinada persona.
Se
estima que los mejores conversadores no son quienes hablan mucho, sino quienes
escuchan abundantemente. La mayoría de las personas no quieren oír, sino
hablar, y precisan de alguien con la paciencia suficiente de dejarle hablar, a
veces por varias horas.
Evidentemente,
hay que saber ponerle el límite a todo exceso, en que, habitualmente, incurren
un determinado número de personas a un ejemplar de esta rara especie de
personas que saben escuchar.
Callar,
es actuar en silencio, emulando a la naturaleza que trabaja silenciosamente, no
haciendo alardes algunos. Si hay alguien que demuestra poseer todos los grados
de la sabiduría, ad infinitum, es precisamente, la naturaleza.
Empero,
la mayoría de las personas precisan aprender, en mayor grado, además de oír, el
arte de VER. Es decir, observar e interpretar las múltiples señales como
oportunidades de progreso, en todas las actividades humanas.
En
los negocios, por ejemplo, viendo las necesidades insatisfechas del mercado, y
crear, oportunamente, nuevos bienes y servicios, o innovar los anteriores, y
satisfacerlas de la mejor manera posible, en todas sus variantes: Calidad,
precio justo y adecuado al poder adquisitivo del prospecto, ventajas
comparativas, fácil acceso para su adquisición, servicio post venta,
facilidades de pago.
Un
solo detalle permite deducir la creación de una industria completa y hacer
proyecciones a corto, mediano y largo plazo, aún en esos ciclos de largas
oscilaciones, es decir, a sesenta años o más, por delante.
Con
justa razón decía Oscar Wilde que, quedarse callado, representaba el primer
grado de la sabiduría, en ese eterno retorno del ser individual al Ser
Universal.
Quizá,
de todos los reinos naturales: Humano, animal, vegetal y mineral, quien más
precisa asimilar esta sabia percepción “wildeana”, es cada miembro del reino
humano.
Todos
los demás integrantes de la naturaleza, con naturalidad cumplen este precepto.
Esa es la razón por la cual se dice, justamente, que “
Adelante.
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