ENTRE
©Giuseppe Isgró C.
La ociosidad, según la
concepción de Tales de Mileto, es la ausencia de objetivos existenciales, que
neutraliza la propia fuerza creadora. En vez de canalizar la energía creativa para
el logro de los objetivos claramente definidos y enunciados por escrito, lo
hace interiormente como insatisfacción.
Diferente es el ocio
creador de los antiguos; en los ratos libres se ocupaban en cultivar un arte, o
hobby, el estudio de una ciencia, filosofía, o valores universales, con lo cual
se engrandece la visión del espíritu y se desarrolla una mayor comprensión de
las leyes de la vida.
Con una mejor visión de
las cosas, se enriquece la propia existencia. El ocio creador proporciona crecimiento
personal; la ociosidad, exenta de objetivos serios es una pérdida de tiempo que
insatisface a quien incurre en esa situación.
La ociosidad es la madre
de toda infelicidad. El ocio creador es la vía correcta para engrandecer el
propio ser por el estudio de los valores
universales y la práctica de todas las virtudes. Es un tiempo de reflexión, de
interiorización, de meditación y de conexión con
Siendo la templanza una de
las cinco virtudes, junto con la prudencia, la justicia, la fortaleza y la
belleza, que constituyen el medio para vivir una vida virtuosa y digna,
equilibrada y justa, prospera y abundante, es natural que se someta la
intemperancia al autocontrol.
La templanza es fuente del
equilibrio y permite el goce moderado de la vida; satisface al espíritu y da
salud al alma y al cuerpo.
El autodominio es la clave
suprema del ser prudente, y forma parte de la templanza, que pone justo límite
a la intemperancia, y el freno oportuno a las pasiones y a los excesos
indebidos. El perfecto equilibrio en todo es la clave del ser virtuoso.
La carga más pesada de la
ignorancia es la que se ignora que se tiene. Es la de aquel ser que se cree
sabio sin serlo. En cambio, la conciencia de la propia ignorancia y el anhelo
de adquirir el conocimiento suficiente que la erradique, es una fuerza que
emerge desde el interior y transforma en incansable a su poseedor hasta
alcanzar cualquier conocimiento del que tenga conciencia de carecer.
No es malo ser ignorante;
lo que sí lo es la ignorancia de serlo, o el creerse más sabio de lo que se es.
Séneca lo dijo mucho tiempo después de Tales: -“Muchos habrían alcanzados la
sabiduría de no haberse creído sabios”. Joaquín Trincado, dijo: -“El sabio
nunca sabe, pero sabe estudiar y sabe”-.
La mejor manera de
aprender es enseñando. Quien enseña aprende de todos sus alumnos, observa los
planteamientos que se les hacen, debe estudiar e investigar, con intención de
aprender, para transmitir.
La práctica es la que hace
al maestro, por la que el bagaje de conocimientos se incremente en la medida en
que se estudia para enseñar. Con la enseñanza se afianza la conciencia
perceptiva, y surgen nuevas variantes y aplicaciones que incrementan la visión
de las ciencias, de las artes y de todas las cosas, en general.
En la medida que se
comprarte el propio conocimiento con otros, éste se vivifica; ya que el
conocimiento que se usa, se intensifica y es de provecho para todos. Donde se
centra la atención, se expande la conciencia. Al enfocar la mente sobre la
temática que debe enseñarse, se activa la conciencia del conocimiento para
aprender.
La riqueza, pública o
privada, en todos sus niveles, debe servir para que el ocio sea creador,
cultivando un arte, o hobby, sirviendo a la comunidad, altruistamente,
estudiando una ciencia, investigando sobre los valores universales, y
escribiendo ensayos que enriquezcan a la humanidad, como lo hicieron Cicerón,
Séneca, Plutarco, Cervantes, Montaigne, Emerson y José Ingenieros, entre otros.
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