QUE NUNCA DEJÉIS DE REÍR
©Abg. Giuseppe Isgró C.
En una entrevista que le hicieron a Mario Moreno
“Cantinflas”, en Estados Unidos, en edad avanzada, expresó que su intención
siempre había sido la de “dar un mensaje positivo en todas sus actuaciones,
para hacer reír a las personas, con el fin de que fuesen felices. Luego
recalcaba: -Que nunca dejéis de reír!”.
En nuestro poema intitulado Las lágrimas
de un Payaso, ponía como mensaje de las andanzas por el mundo de Santo Berto,
el siguiente: -"Mientras el hombre ríe, no es malo ni pobre, es
sabio, es rico"-.
Estas ideas siguen vigentes. La persona que ríe,
o sonríe, está demostrando que se encuentra por encima de todas las situaciones
que afronta. Que está feliz, rebosante de alegría, ya que las dos
expresiones van aparejadas la una con la otra. Si se está alegre, se ríe; si
feliz, puede, al mismo tiempo, llorarse de sentimiento, o emoción.
El acto de reír demuestra que tiene un amplia fe
en las bondades de la vida y de que todo, siempre, saldrá bien si mantiene,
tenazmente, una actitud mental positiva, acompañada del trabajo inherente, en
cada caso. Implica, también, disciplina mental.
Además, es señal inequívoca de que confía en sus
propias aptitudes, y actitudes, para resolver lo que sea preciso, o para
alcanzar los eventuales objetivos de turno, exitosamente.
Indica un desapego en los resultados, y esa
actitud le otorga el poder suficiente para sobreponerse a todas las
circunstancias, por cuanto, sean cuales fueren los logros obtenidos, no se
parará hasta alcanzar los máximos satisfactorios, factibles, en el mejor de los
casos, o los mínimos factibles, en el menos favorable de los mismos.
El desapego le otorga el control sobre sí,
y sobre las situaciones, buscando lo justo para las partes involucradas,
permitiéndole que se exprese la creatividad, el pensamiento positivo y el
sentimiento de la ecuanimidad y de la cortesía, en toda palabra emitida o acto
realizado.
La persona que expresa un ánimo contento, y ríe,
al igual que el agua, siempre encontrará una rendija por donde continuar
fluyendo sea cual fuere el terreno por el que le toque hacerlo, o para superar
cualquier eventual obstáculo que se le presente.
Esa actitud de calma interior, al activar los
poderes creadores de la mente, por efecto de resonancia magnética y por la ley
de las correspondencias, va creando fuera lo mismo que la persona tiene
adentro. Al mismo tiempo, se atrae la cooperación de análoga condición positiva
desde la dimensión espiritual y del entorno en el cual actúa.
Quien ríe demuestra que posee una actitud mental
positiva, y de que sus expectativas son de la misma polaridad. Cada persona, en
la vida, obtiene lo mismo que espera, y por supuesto, merece, sea cual fuere su
índole. Una condición sine qua non: Jamás abandonar a mitad de camino una vez
emprendida la acción respectiva en dirección de la meta. Muestra,
silenciosamente, de que se encuentra en posesión de objetivos claramente
definidos por escrito a corto, mediano y largo plazo, y de que sabe a dónde va,
lo que tiene que hacer, en línea de máxima, en todo momento, y en cuanto
tiempo, y se enrumba al logro de ese propósito, con confianza. La
representación mental de que alcanza el resultado apetecido, hace aflorar, en
forma automática, la suave sonrisa a flor de labios; es un reír sin reír,
dentro del ser, empero se percibe exteriormente. Esa alegría interior es
imposible que no se refleje en la cara, en los ojos radiantes, llenos de luz, y
en el buen humor constante. Y, sobre todo, en una actitud agradecida frente a
la vida, y hacia todos los seres de los cuatro reinos naturales. Esto
significa, que toda situación la considera buena y siempre busca de encontrar
la nuez dentro de la cáscara. En toda situación por resolver busca la
oportunidad de servir y de expresar la maestría del ser interno, en conexión
con la divinidad.
Reír, o sonreír, es señal evidente de que la
persona asume la responsabilidad de lo que piensa, siente, dice, hace o deje de
hacer. Indica que comprende las leyes de la vida y actúa en consecuencia.
La serenidad acompaña a la risa genuina con que
la persona aborda todo asunto que le compete. La serenidad es señal cierta de
autodominio, de valor, coraje y/o fortaleza, y, simultáneamente, de templanza,
moderación, austeridad, capacidad de resistencia, de paciencia, de tolerancia,
de bondad, de amor y de equilibrio.
Las personas que sonríen suelen reflejar bondad,
seguridad, cortesía, voluntad de servicio, cordialidad, afecto, aprecio y
amistad.
Por supuesto, nos referimos a la sonrisa afable,
sincera y espontánea, rasgo distintivo del carácter de la persona. Como señal
de su autenticidad está siempre acompañada de la constancia en su expresión. La
risa inauténtica es efímera, se esfuma como el humo al primer contratiempo,
dejando, acto seguido, en evidencia el verdadero carácter de la persona y sus
reales intenciones, o estados de conciencia.
La sonrisa constante es el rasgo distintivo del
genio, aunque la persona parezca ser un ser común y corriente. La persona que
ríe auténticamente no se toma demasiado en serio a sí misma. Es decir, está
consciente de su importancia, pero, también, de la de todos los seres en los
cuatro reinos naturales, y armoniza con ellos en la ejecución de los planes
trazados por el Gran Arquitecto del Universo.
La risa del sabio está imbuida de un perfecto
control de sus pensamientos, sentimientos, deseos, palabras y actos. La
disciplina de la templanza moldea la belleza de sus facciones, la ecuanimidad
de su carácter, y permite que la persona que la ejerce cautive a todos quienes
entren en su contacto, abriendo nuevos caminos, creando lazos de amistad.
Empero, toda virtud siempre va acompañada de las otras que les son inherentes,
en este caso, de la prudencia, de la justicia, de la fortaleza, del respeto y
de una sólida autoestima.
Quien ríe es como un sol a mediodía; una luz en
la oscuridad que alumbra el camino a seguir con seguridad. Refleja la primera
condición indispensable para alcanzar un liderazgo perdurable: La visión del
qué, del cómo, del cuándo, del dónde, del quién, del cuánto y del por qué. La
risa franca, sincera, es sinónimo de entusiasmo que vuelve incansable a toda
persona en la realización de sus objetivos, en la creación de una realidad
mejor, en el aporte de un nuevo invento, o la innovación en los bienes y
servicios con que anhela contribuir en el mercado.
La persona que ríe, sosegadamente, permite que
los sentimientos de los valores universales se expresen en polaridad positiva.
Jamás las dos polaridades podrán manifestarse al mismo tiempo; o lo hace la
una, o la otra. O se tiene el dominio de las situaciones o no se tiene; si se
posee, la persona lo reflejará con una actitud serena, con una sonrisa, aunque
tenue, a flor de labios, emanando desde adentro, con naturalidad, reflejando la
verdadera potencia de la que está dotada la persona en particular.
Volver a sonreír desde adentro, a partir del
Espíritu, evidentemente implica tomar, constantemente, el control de la propia
vida, de los pensamientos, de los sentimientos, de los deseos, de las palabras
y de los actos. Significa aceptar la realidad que se afronta y asumir la
dirección de la situación observando cuál es el aprendizaje que la vida quiere
aportar cuando pone a nuestro lado a determinadas personas.
Los afines siempre se juntan; los opuestos jamás
lo hacen, por lo menos sin una justa razón. Algunas veces no se valoran lo
suficiente a las personas con las que se suele convivir. Buscamos la perfección
en lo demás y con frecuencia vemos únicamente sus fallas, que no dejan de ser,
simplemente, las propias. Se observa que, casi siempre, las personas suelen ver
en los demás lo mismo que poseen en sí mismas.
La gente exitosa percibe en todo ser que
encuentra en su camino, las potencialidades del éxito que posee, y las estimula
en su desarrollo con un elogio sincero, llamando su atención sobre un don
particular o una cualidad inherente, o, simplemente, aportando una sugerencia.
Hay que aceptar la realidad tal cual es, y
luego, ver que es lo que se puede cambiar, mejorándolo.
Decía Epicteto, que las cosas que se afrontan en
la vida son de dos clases: las primeras, aquellas cuyo control se encuentra en
nuestro poder, como son las opiniones, el estado anímico, las apetencias o
aspiraciones y la aversión, es decir, todas las que desembocan en los propios
actos. En una palabra: los pensamientos y los sentimientos, que, en esencia,
constituyen el núcleo creador de las palabras y de las acciones.
Epicteto decía, además, que las cosas colocadas
en nuestro poder son de naturaleza libre, es decir, nadie puede impedir que las
ejecutemos.
En cambio, las segundas, por depender de una
voluntad ajena, humana o de la naturaleza, son las que suelen afectar a las
personas.
Empero, si cada quien se centra en lo que está
en su facultad controlar como son los pensamientos, los sentimientos, los
deseos, las palabras y los actos, se tendrá un control sobre todas las
situaciones, por cuanto, quien se domina a sí mismo lo hace, simultáneamente,
sobre todas las cosas que les resultan inherentes.
Esta es la razón por la cual Epicteto, también
expresaba: -“Lo que importa no son las cosas en sí mismas, sino nuestra propia
actitud y comprensión frente a ellas”.
La doctrina estoica de Epicteto sugería que
quien quisiese alcanzar este estado de felicidad precisaba desarrollar su ánimo
a niveles por encima de la media y despreocuparse de las cosas que escapan al
propio control de manifestación, y que, por encima de todo, habría que centrar
la atención en las cosas que dependen de sí y que se encuentran bajo la propia
voluntad.
Sólo la práctica de todas las virtudes,
acompañada del estudio de todas las ciencias, de todas las filosofías y de
todas las artes, podrían manifestar un estado de dignidad personal y de riqueza
integral, y sobre todo, un estado de libertad interior, verdadero ejercicio del
don del libre albedrío, que permite reír desde adentro, sosegadamente, como
decía Don Quijote, y anhela hacerlo toda persona que vive conscientemente el
éxito.
Quizá Cantinflas habría sido el actor indicado
para interpretar de la mejor manera posible a Don Quijote, por cuanto las
filosofías de ambos se compaginan perfectamente.
Mientras el genial Mario Moreno, alias
Cantinflas, sugería: “Que nadie nunca deje de reír, para ser feliz”, el
personaje imaginario, aunque ahora más real que ningún otro, del genio
incomparable de Cervantes, Don Quijote, a cada paso, acompañaba todos los actos
que ejecutaba con una actitud sosegada.
Quien cultiva la actitud del sosiego, por
actuar, siempre, con un sentido claro de lo justo, podrá reír desde adentro con
naturalidad, y sinceramente, porque su conciencia se encuentra en paz.
Se evidencia claramente que, para reír, o
sonreír, es preciso, antes, tener sosiego. Para estar sosegado implica tener
pleno dominio de los propios pensamientos, sentimientos, deseos, palabras y
actos. Para lograr este estado de conciencia es necesario poseer la sabiduría
de los valores universales, para enmarcar la propia conducta dentro de sus
parámetros. El logro de estos estados mentales de los sentimientos de los
valores universales, expresados en la propia conciencia, en sus ilimitadas
estaciones o grados, es lo que permite el ánimo sosegado de Don Quijote, y el
reír auténtico de Cantinflas, como expresión de felicidad humana. En este
caso, cada quien puede reír desde adentro, a partir de los sentimientos de los
valores universales expresados en la propia conciencia, y en ese instante
comprenderemos que esa es la sonrisa de la Divinidad que fluye en la faz de
cada ser en los cuatro reinos naturales, al vivir una vida virtuosa, o al dar
el primer paso para consolidarla.
Recordemos, por un momento la sonrisa, y la risa
franca de un niño, y la de sus padres, al contemplarle llenos de
felicidad; la de los abuelos con sus nietos, y la de éstos con aquellos; la de
dos personas que se aman; la de dos amigos cuya amistad es sincera, que se
encuentran; y la que aflora en el acto de alcanzar la meta propuesta. El abrazo
cariñoso suele acompañar estos momentos llenos de sentimientos y sublimes
emociones que gratifican la existencia humana y la de los demás reinos
naturales.
La sonrisa es un símbolo del amor, de la
belleza, de la bondad, de la justicia, de la amistad, de la generosidad, del
servicio efectivo y del triunfo en todas las acciones humanas, de la
amabilidad, de la cortesía, de la confianza mutua, del respeto recíproco, de la
admiración, y de tantos otros valores, y sus virtudes inherentes.
Recordemos, también, que el control de la
euforia, de la expansión en el hablar excesivo, e innecesario, de la reserva en
los objetivos, para evitar la generación de fuerzas antagónicas, y de la
realización silenciosa de los propósitos, emulando a la naturaleza, permite un
ahorro en la energía, que asegura la llegada a cada una de las metas
antepuestas como resultados para ser alcanzados, en el espacio y en el tiempo.
Por eso el personaje imaginario de nuestro
poema, Santo Berto, como resultado de sus extensas andanzas de payaso, por todo
el mundo, había aprendido: -"Mientras el hombre ríe, no es malo ni
pobre, es sabio, es rico"-.
Adelante.
Madrid, 20 de diciembre de 2012.
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