©Abg. Giuseppe Isgró C.
En la vida, jamás temas perder. Por la Ley de compensación, todo acto
tiene en sí mismo su propia retribución. Toda acción, su reacción semejante.
Tanto en tu profesión como en la vida privada, actúa con generosidad. Da
afecto, servicio, elogios sinceros, parte de tu tiempo en pro de una obra
social útil. Si algunas veces, aparentemente pierdes, deja de preocuparte;
recibirás tu recompensa. Pero, observa con atención; es preciso dejar de mirar
lo que se haya podido perder; mira únicamente las nuevas oportunidades que,
frente a ti, esperan darte tu respectiva compensación. Esta ley es de
cumplimiento certero.
Si alguien te ha efectuado un serio perjuicio, deja de arremeter en su
contra con violencia; conserva la imperturbabilidad y la impasibilidad
interior, la serenidad y la autoconfianza. De alguna manera y por el mejor
canal, oportunamente, recibirás la compensación adecuada. Pero, antes debes
“perdonar” y “amar” a quién te perjudicó. Es la única forma de emanciparte,
liberándote, dejando que la ley de la compensación actúe de acuerdo a la ley de
la justicia divina, automáticamente.
Esta filosofía de la vida es efectiva. Cada día, mayor número de personas comprenden sus principios y, los aplican, obteniendo resultados positivos.
A medida que se tiene claro el concepto de que hay que dar antes de
recibir, se comprende mejor esta ley fundamental del éxito. Cuando se abre la
puerta para dar, ella permanece abierta para recibir, y viceversa.
La vida da lo esencial para cumplir con la obra encomendada. Hay un
depósito universal del cual cada quien toma lo que requiere para realizar la
concepción de su obra. Pero, la naturaleza se rehúsa dar –a las personas- para
acumular egoístamente, salvo que a veces, los utiliza como depositarios
transitorios, hasta que sean transferidos a los verdaderos canales de
realización.
Se comprende mejor este principio con la analogía siguiente: el agua del
mar se evapora, luego se acumula en el espacio en formas de nubes, las cuales
se disuelven dando origen a las lluvias, que proporcionan agua a la tierra,
para el desarrollo de la vegetación, etcétera, con lo cual se perpetúa la vida.
Cuando ocurre la disolución de las nubes, el espacio
queda “vacío” o libre y, los rayos del sol, se dejan sentir
nuevamente, el agua del mar vuelve a evaporarse, las nubes a condensarse,
etcétera. En la vida se cumple el mismo ciclo: se acumula, se dispersa y se
vacía para volverse a llenar una y otra vez.
El secreto, si es tal, reside en dejar de estacionarse en alguna de las
etapas transitorias, las cuales “hay que soltarlas”. Por eso, las situaciones
pocos fáciles son como las tempestades; limpian la atmósfera de la propia vida,
y, poco después, brilla de nuevo el sol de la riqueza integral, de la armonía,
del amor y de la comprensión. Toda situación, al presentarse, es un paso
efectivo para la solución de algún aspecto importante de la propia existencia.
Cuando por alguna razón pierdes, en realidad se está disolviendo algo que
poseías, con lo cual se crean las condiciones que aportan un reemplazo mejor.
Si las situaciones pocos fáciles persistieran y el desaprovecho
continuara, es señal que indica la presencia de “nubes acumuladas” en el
espacio existencial, las cuales hay que disolver para que aparezca el sol, de
nuevo.
Quien esto comprende, tiene en sus manos una de las claves más poderosas para afrontar con éxito la vida.
Adelante.
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