ENSAYO SOBRE EL HOMBRE.
De M. Pope
Versión castellana, del inglés
Por D. J. J. de OLMEDO.
Lima, imprenta de Masias. 1823.
INTRODUCCIÓN de José Joaquín de Olmedo
El título solo de este opúsculo bastaría para indicar
su importancia, si acaso el ensayo sobre el hombre no fuese tan conocido y
recomendado por su antigua celebridad y por el nombre mismo de su autor. —¡Pope,
escribiendo del hombre! Nunca un objeto más grande existió en la fantasía de un
cantor más filósofo, ni más sublime.
Si Pope no fue el primero que empezó á desembarazar la
metafísica de las pueriles sutilezas y de las ininteligibles abstracciones, que
de siglos atrás la afeaban y segregaban del trato humano, a lo menos antes de
él nadie osó presentar esta ciencia con la honesta desnudez de la verdad, nadie
ceñirla de las alegres flores de la poesía.
La moral, que a manera de la física, acababa también de
sacudirse de su materia sutil, y despejarse de sus cielos y de sus turbillones,
no le es menos deudora de sus progresos; ya por la simplicidad con que
desenvuelve sus principios fundamentales, ya por las ideas sublimes que da de
Dios como creador del mundo, y del hombre como emanación suya, la más excelente
de todas, a la cual están subordinadas las demás, y con quienes concurre al
grande fin de la creación, ya finalmente por revelar el misterio filosófico del
mal moral bajo la providencia de un Dios justo y bueno, y del mal físico con el
orden, hermosura y perfección del universo.
La emoción que me causó la lectura de este poema no me
dejó sentir cuanta sería la audacia de cualquiera que emprendiese su traducción.
La niebla que cubría esta montaña enorme no permitió, medir, ni computar su
altura. Mas los continuos esfuerzos y la lucha que desde luego tuve que
sostener con cada frase, y aún con cada palabra me volvieron en mi sentido
cuerdo; y pensé entonces ceder a otro más hábil, o más feliz, el honor de ser
el primero que diese a Pope en nuestra lengua. Pero, ya había empezado, .. y
¡es tan duro retroceder!... Hay además cierta vergüenza en desistir de un
empeño tomado con resolución, que indeliberadamente llega uno a persuadirse de
que es más difícil deshacer el primer paso que se ha dado, que vencer todas las
dificultades que se presienten en la carrera. Yo me hallé pues sin libertad
para abandonar una obra comenzada, una obra que había de servir forzosamente a
mi instrucción, siquiera por las frecuentes lecciones y detenida meditación que
debía hacer sobre cada pensamiento para traducirlo en nuestro idioma. Una vez
resuelto, me creía satisfecho con que las sentencias quedasen en mi espíritu
bien meditadas, aunque sobre el papel saliesen mal vertidas.
Al principio aspiré a la gloria verdaderamente vana y
pueril de traducir este ensayo en casi igual número de versos que tiene el
original: más cualquiera que conozca el carácter raro de la lengua y de la poesía
inglesa, y el rarísimo genio de Pope advertirá fácilmente que esa era una
empresa desesperada. Yo me apercibí temprano de mi error: y encontré tan poca
fluidez en el estilo, tan poca harmonía en el metro, tantas ideas omitidas,
tantas transiciones o suprimidas, o violentas en los primeros cincuenta versos
que traduje, que naturalmente pasé al extremo opuesto; y me resolví a dar
rienda suelta a mi imaginación, apropiarme los pensamientos del autor, y expresarlos
del mejor modo que pudiese, añadiendo algunas ideas, imágenes y alusiones
oportunas, sustituyendo los símiles que creyese más propios; haciendo ligeras
inversiones, ampliando varias descripciones, y sacudiendo el yugo de una rima
rigorosa que en las traducciones es ocasión inevitable a ripios y adiciones extrañas
y superfluas: escollo que no pudieron salvar ni los más doctos maestros como León
y Herrera, Boileau y el mismo Pope. Yo solo seré responsable de los errores y
de la imperfección que resulte a la obra por mis variaciones; y para que todos
puedan formar y rectificar su juicio he querido imprimir juntamente el
original; con cuyas bellezas naturales pienso también suplir de algún modo la
debilidad de mi versión, aunque contribuya yo mismo a que sea más visible la
diferencia entre ambas con la indispensable comparación de los dos textos.
Sea cual fuese la extensión con que he usado de esta
libertad, nadie podrá acusarme de haber olvidado los preceptos y leyes a que
están sujetas las composiciones de este género: antes bien se observará que
habiendo escogido un argumento ajeno y de uso público, he procurado hacerlo mío
sin defraudar en nada la parte del autor; pero también sin atormentar mi genio
en una estrecha y precisa órbita, y sin sacrificar mi opinión, las reglas del
arte y el honor poético a una servil fidelidad.
El ensayo sobre el hombre comprende cuatro epístolas,
en las cuales se trata de la naturaleza y estado del hombre en relación con el
universo, consigo mismo, con la sociedad de que es parte, y con la felicidad a
que está destinado. Concluida la versión de la primera, mi arrojo fue más
lejos; y concebí quizá muy neciamente el designio de formar un sistema completo
sobre las costumbres, desenvolviendo varias indicaciones del autor y añadiendo
nuevas observaciones sobre la extensión y límites de la razón humana, sobre el
carácter de las ciencias, de las artes útiles, de los diversos talentos de los
hombres, y sobre la aplicación, uso y abuso de esas mismas ciencias y de esos
mismos talentos en la sociedad civil y espiritual, para hacer más sensible la
estrecha relación y enlace que hay entre la virtud y la felicidad.
El mismo Pope parece haber conocido este vacío en su
ensayo, habiendo escrito otras epístolas morales sueltas y varias otras
composiciones sobre los objetos indicados, señaladamente el libro 4º de su
célebre Dunciada. Mi intento era, ya que mis fuerzas no bastaban a la ejecución
del plan que audazmente había concebido, traducir todas esas piezas y
colocarlas como partes, imitares en los lugares convenientes para que formasen
un todo regular, uno y completo.
El ocio que disfrutaba entonces, la distracción de todo
de negocio público, y la soledad me preparaban maravillosamente a esta grande y
deliciosa ocupación. Mas por aquel mismo tiempo, una voz imperiosa me llamó de
improviso a tener parte en los destinos de mi patria. Los cuidados de la vida
pública, y los peligros que incesantemente amenazaron mi país hasta la victoria
del Pichincha, vinieron no solo a interrumpir mi tarea, sino a pararme de todo
género dé estudio, especialmente del trato con las musas que son, como se sabe,
nimiamente delicadas y celosas.
Pasado este intervalo empieza a despertarse el deseo de
proseguir una obra interrumpida por tres años: y hallándome felizmente en un
pueblo en que abundan personas de sentido literario muy exquisito, y donde no
faltan buenos conocedores de la propiedad y gracias geniales de uno y otro
idioma, me he resuelto á publicar sola esta primera epístola con el fin de
consultar el parecer de los inteligentes, y estimular su crítica sobre el
método y forma de mi versión; para que castigada según sus observaciones pueda
servir de ejemplar a las posteriores que debo continuar luego que pasen las
nuevas atenciones que me han sobrevenido cuando lo recelaba menos. Entre tanto
mi espíritu irá recobrando su estado natural y la serenidad perdida, en la
tormentosa época que acaba de pasar, en la que trayendo una vida pública puedo
decir que he vivido fuera de mi elemento propio. El mar agitado por una larga
tempestad conserva aún su inquietud mucho tiempo después de serenado el cielo.
La situación política de nuestra América, así como fue
el motivo principal que me motivó a esta empresa, será también un vivo estímulo
para llevarla a su conclusión. Cuando los pueblos sacuden una odiada y antigua
dominación, y cuando todavía no han tenido ni el tiempo, ni la ocasión de
constituirse, aunque la necesidad los obliga a adoptar las antiguas leyes, (no
porque sean buenas, sino porque mayor mal es no tener ningunas) nadie puede
ignorar que esas leyes siempre pierden gran parte de su vigor y poder, ya por
su mismo carácter de provisionales, ya porque no son amadas por su falta de
bondad y por el recuerdo que traen consigo de su origen, ya porque aun las que parecen más equitativas,
respiran siempre el mortífero aliento colonial, ya en fin porque despertado una
vez en los pueblos el espíritu, el sentimiento de su independencia sufren
impacientemente toda ley que no haya dimanado de su propia voluntad.
Era por tanto indispensable preparar un remedio que
previniese este mal, casi necesario aun en las revoluciones más juiciosas; y
que no pocas veces ha producido grandes calamidades y grandes crímenes, tarde
espiados y con mucha sangre. Este remedio no puede ser otro que dar a los
pueblos un buen sistema de moral. Espero pues que con sus luces y lecciones
cooperarán conmigo á tan saludable fin todos los que aman cordialmente la
patria, y desean verla prosperar por el adelantamiento de las bellas letras,
por el influjo de una sabia y propia legislación, y por el imperio de las
buenas costumbres, que son el mejor, el único suplemento de las leyes, y
frecuentemente más eficaz que las leyes mismas.
SUMARIO.
La razón no puede formarse idea de Dios sino por las
cosas visibles; ni del hombre, sino considerándole como parte do este mundo,
cuyas relaciones con el universo nos son desconocidas. Esta ignorancia es la
fuente de nuestras quejas contra la Providencia. Necedad e injusticia de estas
quejas. Para conocer la sabiduría de Dios en la formación del hombre, era
preciso comprender toda la economía de sus designios. El hombre tiene toda la
perfección que conviene á su fin y al lugar que ocupa en los seres creados. En
la ignorancia de los sucesos futuros de la vida, y en la esperanza de una
felicidad futura se funda nuestra felicidad presente. Nuestros errores y
nuestra miseria provienen del orgullo que aspira a una perfección de que el
hombre no es capaz. Él se mira como el objeto final de la creación, y quiere en
el mundo moral la perfección que no hay en el mundo físico y que no puede haber
en las cosas creadas. En el universo visible hay un orden, una gradación de
perfecciones entre las criaturas, de donde resulta la subordinación de unas a otras,
y de todas al hombre. Gradación de sentidos, instinto, pensamiento y razón. La
razón da al hombre la superioridad sobre todos los animales, y le compensa con
ventaja todas las calidades que ellos tienen sobre él. Facultades sensitivas
muy delicadas nos harían miserables. La conservación, la felicidad de las
criaturas pende del orden y mutuo enlace de todas: la menor dislocación
causaría la destrucción del todo. El hombre para ser feliz en el estado presente
y futuro debe someterse a los designios de la Providencia, y concluir que todo
cuanto existe está bien en el mundo.
ENSAYO SOBRE EL HOMBRE.
EPISTOLA 1.
De la naturaleza y estado del hombre con relación al
Universo.
Despierta amigo, y generoso deja
las necias esperanzas, los caprichos
de la ambición al vulgo de los reyes.
Y pues el soplo de la vida apenas
nos permite observar lo que nos cerca,
y se extingue después; ven y corramos
sobre esta escena rápida del hombre.
¡Qué laberinto!, exclamas. Mas no pienses
que carece de plan. Árbol que tienta
con sus hermosos y vedados frutos,
campo donde rosas entre abrojos nacen,
recojámosle pues; y cuanto muestra
sobre su faz, o dentro el seno guarda,
conmigo indagarás, y las tortuosas
sendas que sigue quien se arrastra ciego,
o el loco aturdimiento del orgullo
que en su mentida elevación se pierde.
Seguir tu clara voz, naturaleza,
es nuestro fin, la necedad humana
confundir en su error; y ver las causas
de quejas y opiniones siempre dignas
de risa, o de censura. Al Dios del hombre
a los ojos del hombre vindiquemos.
Sobre Dios, sobre el hombre alguna idea
solo por lo que vemos nos formamos.
¿Qué vemos en el hombre? Un ser dotado
de reflexión, que su lugar prescrito
con los demás en la creación ocupa:
y toda nuestra ciencia sobre el hombre
a estos solos principios se reduce.
Que a Dios conozcan mundos infinitos
que ni los puede divisar la vista,
ni el Espíritu imaginar, que allá le adoren...
Nosotros conocerle y adorarle
debemos en el nuestro. En audaz vuelo
quien el espacio penetrar pudiere
y mundos sobre mundos ver girando
para formar el universo, y nuevos
planetas descubrir, y nuevos soles,
y ver qué seres las estrellas pueblan;
ese podrá decir porque Dios hizo
el mundo tal como es.... Mas, di, ¿tú sabes
cuáles de esta obra son los fundamentos?
¿El mutuo lazo, que sus partes une?
¿La justa proporción, y la insensible
gradación de los seres? O bien, dinos,
¿podrá una parte contener su todo?
Y esta cadena que lo enlaza todo,
y lo sostiene todo, ¿de qué manos,
de las de Dios, o de las tuyas pende?
¿La razón indagar, ¡necio! pretendes,
por qué eres ciego y débil? ¡Eh! debías
antes buscar la causa aún más oculta
por qué no eres más débil y más ciego.
Ve a tu madre la tierra a preguntarle,
¿por qué el roble será más alto y fuerte
que no las zarzas que a su sombra crecen?
O pregunta a los cielos ¿por qué causa
son menores que Júpiter las lunas
que entorno giran de él? ¡Ah! Si es muy justo
que de cuantos sistemas son posibles
prefiera la eternal sabiduría
el que fuere mejor, donde las partes
sin la menor interrupción se adunen
para no disolverse, y donde ocupe
cada ser su lugar; fuerza es que el hombre
tenga el suyo también en esa escala
de los seres que viven y que sienten.
Y aunque ardan en disputas las escuelas,
ya solo resta investigar si el hombre
está con relación a su destino
mal colocado en el lugar que ocupa.
Lo que es mal para el hombre, puede y debe
ser un bien para el todo: el arte humano
cuando se esfuerza más, produce apenas
aun con mil movimientos un efecto;
pero Dios con un solo movimiento
llena todo su fin, y aun otros fines
prepara y perfecciona... Y así el hombre
que es aquí el móvil primordial y solo
en este orden, quizá subordinado
a otra esfera mayor mueve una rueda
y concurre a otro fin que él no conoce.
¡Quién, pues, comprenderá de este gran todo
el plan y fin y dirección y leyes,
si una mínima parte solo vemos!
Cuando el fiero caballo reconozca
la mano que le doma, y mal su grado
le refrena, o le aguija en su carrera;
y cuando sepa el lento buey por qué abre
ora la dura tierra, ora es llevado
cual víctima al inherente lugar, ora ceñido
de flores cual un Dios, Menfis le adora;
entonces conocer, hombre orgulloso,
podrás también tu fin, y adonde tienden
tu acción y tu pasión; ¿cuáles las causas
son del bien y del mal? ¿qué te reprime
o qué te impele a obrar? ¿por qué unas veces
de una deidad te elevas a la esfera
y otras de un siervo a la vileza bajas?
No digas, pues, que el hombre es imperfecto,
y que Dios hizo mal; antes confiesa
que el hombre, a quien es dado solamente
gozar del tiempo un fugitivo instante,
y ocupar del espacio un solo punto,
debe ser tan feliz y tan perfecto
como su ser, y condición exige.
Del libro del destino nadie puede
leer sino la línea en que está escrito
lo presente no más. Próvido el cielo
al bruto oculta cuanto inspira al hombre;
y a este cuanto a los Espíritus revela.
¿Quién pudiera jamás vivir tranquilo
sin esta oscuridad?... Cuando el cordero
es por tu gula enviado a mejor vida,
si él tu razón tuviera, ¿lo verías
tan alegre y lascivo en la pradera
pacer, brincar, y en inocente halago
lamer la dura mano que le hiere?
¡O feliz ceguedad de lo futuro!
Gracioso don, a todo ser prestado
porque llene mejor su fin; en tanto
que el sabio Autor en plácido reposo
su obra sublime conservando, mira
con ojo siempre igual un vil insecto,
o un héroe perecer, en el espacio,
ya un sistema, ya un átomo perderse,
y ampollas de aire o mundos disolverse.
Refrena, pues, el vuelo de tu orgullo,
y espera que la desencarnación esos misterios
te venga a revelar, y a Dios adora.
El ignorar te deja sabiamente
cual tu felicidad futura sea;
más, para la presente, una esperanza
eterna puso en tu seno.
Si aquí no eres feliz, tú debes serlo
en otro orden de tiempos y de seres.
¡Oh, cómo el Espíritu inquieto e ilimitado
reposa y se engrandece en esta idea!
El indio humilde, en su rudez sumido
ve en las nubes a Dios, le oye en los vientos;
ni vanas artes, ni orgullosa ciencia
Su Espíritu inerte excitaron a elevarse
más allá de la esfera en que el Sol brilla;
su pensar, su saber, no van más lejos
de lo que alcanzan sus sentidos aún dormidos.
Mas la simple natura de esperanza
no le privó; y allá tras de aquel monte,
cuya cima sé pierde entre las nubes,
un cielo él se promete; o se imagina
un mundo, en cuyos bosques solitarios
libre pueda vagar; o ya en el medio
del mar una isla más dichosa, donde
un cruel conquistador jamás arriba
por saciar la sed de oro, derramando
sangre doquier y servidumbre dura
en nombre de su Dios; donde el esclavo
ve su tierra natal, y alegre vive
sin que un amo feroz y avaricioso
en mil modos le oprima, y sin que espectros,
que la superstición crédula forja,
la paz del sueño y de la noche turben.
Contento de existir él no desea
ni las alas del ángel, ni la llama
en que arde el serafín; más se complace
en la dulce ilusión de que su amigo,
su perro fiel será su compañero
Allá en el mismo cielo que se finge.
Pero tú eres más sabio.... En tu balanza
pesa, pues, tu opinión contra la ciencia
del próvido Hacedor, y señalando
donde está la imperfección, di que unas veces
se muestra liberal, otras, avaro;
y para darle perfección a su obra,
pon lo que falta, quita lo que sobra.
Destruye a tu placer todos los seres,
o nuevos cría: y en tu orgullo exclama:
“Si el hombre no es feliz, si no es perfecto,
y si no es inmortal, si en él no emplea
todo su amor y su cuidado el cielo,
Dios es injusto:” y arrancando osado
el cetro y la balanza de sus manos,
sé dios de Dios, y juzga su justicia.
Amigo, vuelve en ti, de nuestro orgullo
nace todo el error. Nadie en su esfera
Se puede contener; todos aspiran
a otra mayor. Los ángeles ser dioses,
y los hombres ser ángeles quisieran.
Si aspirando a ser Dios, se perdió el ángel,
aspirando a ser ángel se hace el hombre
de aquella misma rebelión culpable:
Pues invertir la eterna ley del orden
es pecar contra Dios, es oponerse
a su eterno designio... y se prepara
la universal disolución del mundo.
Si preguntas, ¿por qué los astros brillan?
Si preguntas, ¿por qué la tierra existe?
“Solo es por mí, -responderá el orgullo-;
por mi derrama liberal natura
de frutos y de flores coronada,
todos sus dones del fecundo seno;
por mí da en su estación la vid, la rosa
su néctar y su aroma; por mí encierran
las minas mil tesoros; y los vientos
sobre la mar me llevan obedientes,
nace el sol a alumbrarme; y es la tierra
mi pedestal, y mi dosel el cielo”.
Mas cuando el Sol en sus letales rayos
asoladora peste al mundo envía;
cuando las tempestades, terremotos
y erupciones volcánicas arrasan
Y sepultan los pueblos y naciones;
¿no se podrá decir, que se extravía
natura de su fin, y que en el mundo
Reyna el Genio del mal? “No, no, responde
la voz de la razón que nunca engaña,
pues la primera Causa omnipotente
solo por leyes generales obra
que invierte rara vez, cuando le place,
y nunca sin razón; y el mal permite
si a conservar el todo contribuye”.
Por esta justa ley, cuanto hay criado,
todo cuanto no es Dios, es imperfecto,
mudable y mortal. El hombre solo
¿no sufrirá esta ley?... Naturaleza
tal vez del grande fin que se propuso
de hacer feliz al hombre, se desvía;
y aun el hombre también: ¿qué importa?
El orden de ese desorden aparente nace.
Aquel gran fin en sucesión perenne
lluvias, calor, serenidad requiere,
o más bien una eterna primavera;
no menos que en los seres racionales
moderación, frugalidad, templanza,
y un orden regular en sus deseos.
Pues si en el orden natural no alteran
el designio de Dios las tempestades,
las pestes, y violentos terremotos;
¿lo han de alterar los crímenes infandos
de un Borja, de un Nerón?... Así lo piensa,
en el delirio de su orgullo, el hombre
si ve que puede Dios hacer que el vicio
de su justicia a los designios sirva.
¿Quién osará inculpar la Providencia
En el orden moral, si vindicada
siempre en el orden natural la observa?
Por una misma regla juzga de ambos;
mas siempre errados vagarán tus juicios,
si tu vana razón no sometieres
a la razón universal del mundo.
Y ¿no fuera mejor, dirás, que todo
fuese en el mundo físico, armonía
y en el moral, virtud? ¿Que por los vientos,
jamás el mar se viera combatido,
ni nuestro corazón por las pasiones?
¡Necio! ¿No ves que de la perpetua resistencia
que de los discordes elementos nace,
subsiste el todo y que los elementos
de tu vida y tu ser, son las pasiones?...
Así desde el principio de las cosas
el orden general se ha conservado
en la naturaleza y en el hombre.
¿Y éste a qué aspira? Siempre descontento,
si alza su mente al cielo y se contempla
poco inferior al ángel, más que un ángel
siendo hombre quiere ser; si sus miradas
después abate al suelo, se lamenta
de no tener la fuerza de los toros,
o la piel de los osos, o del ciervo
la rara agilidad. Si para su uso
todas las criaturas hechas fueron
¿de qué le serviría si él gozara
todas las dotes y atributos de ellas?
Órganos, facultades convenientes
a su destino, a cada cual ha dado
con mano sabia y liberal, natura;
y en todo, justa proporción guardando,
la menos fuerza recompensa en unos
con más agilidad, y otros defectos,
de otros repara con mayor instinto.
Nada añadirse, ni quitarse puede.
No hay bestia, no hay insecto que no sea
tan perfecto y feliz como demanda
su humilde condición. Y ¿para el hombre,
y para el hombre solo, será el cielo
ingraciable y cruel?... ¿Y quién se dice
único racional, juzga que nada
en sí tiene, si no lo tiene todo,
siempre quejoso, nunca satisfecho?
¡Hombre! Si un necio orgullo no te ciega,
conocerás que el ser feliz estriba
en no pensar, ni obrar sino como hombre,
y en no aspirar a dotes más sublimes,
ni á mayor perfección de la que sufre
tu noble condición y tu destino.
Con más delicadeza tus sentidos
inútiles te fueran, y aun dañosos.
si un ojo microscópico tuvieras;
las partes, los menores movimientos
vieras de un arador, mas no gozaras
del grandioso espectáculo del cielo.
Si más fino tu olfato y tacto fuera,
La resistencia más ligera, la dulce
impresión de una flor te causaría
el dolor, o la desencarnación: un trueno horrible
fuera cada rumor, siempre aturdido
del armónico son de las esferas
sintieras no escuchar la melodiosa
queja del ruiseñor, del vago viento
el grato susurrar entre las ramas,
y el tono adulador, del arroyuelo.
Adora, pues, la gran sabiduría
del muy Alto en los dones que te ha dado;
y en lo que niega, su bondad adora.
¡Por la inmensa creación, cual va la escala
de inercia, vida, instinto, pensamiento
en insensible gradación subiendo
desde la humilde raza del insecto
a la estirpe del hombre soberana!
¡Qué modificaciones de sentidos!
¡Qué grados intermedios desde el topo
a quien odiosa piel la luz le niega,
al lince perspicaz!... ¡De la leona,
que al ruido de su presa por la noche
ciega se lanza, al perro cuyo olfato
discurriendo le lleva por un rastro
imperceptible, al más remoto objeto!
¡Cuál el oído; cual la voz creciendo
va desde el mudo pez, a las canoras
aves de abril en la florida selva!
¡Qué finura en el tacto de la araña
sobre las redes que afanosa teje!
¡En cada hilo vivir, sentir parece!
¡Con qué discernimiento va la abeja
libando aun de las plantas venenosas
un licor saludable y delicioso!
Y en el orden de instinto, si la mente
fijas, ¡qué variedad desde el inmundo
vil cerdo que en el fango se revuelca,
al casi racional noble elefante!
Y, ¡cuán débil barrera se interpone
entre ese instinto, y la razón humana!
¡Próximos siempre, y siempre separados!...
¿Quién conocer podrá la estrecha alianza
entre la sensación y el pensamiento?
¡Oh, cuántos seres! ¡Cuántas relaciones!
¿Y quién dirá de sus indefinibles
medias naturalezas, cómo tienden
a unirse siempre sin jamás tocarse,
ni menos traspasar esa invencible,
esa línea sutil que las separa?
Turba la justa gradación de seres:
y al punto los verás como se impelen,
se chocan, se destruyen.... y se rompe
la unión, la relación de unos a otros,
y de todos al hombre; y si tan varias
facultades y dotes y atributos
están subordinados a ti solo,
porque te cupo la razón en parte
cual un destelle de celeste llama;
di pues, que tu razón todo lo abraza,
que tu razón te sobrepone a todos.
Discurre por los aires, corre el globo;
sonda la mar; descubrirás doquiera
la materia agitándose fecunda
y pronta a producir. ¡Cual se dilata
la progresión de seres! Hacia arriba
¡a qué altura se eleva inaccesible!
En torno, ¡qué extensión interminable!
Hacia abajo también, ¡en qué insondable
profundidad se pierde!... El principio
De la cadena es Dios: siguen por orden
Espíritus, hombres, bestias, aves, peces,
insectos invisibles. ¡Qué intervalo
del infinito a ti, de ti a la nada!
Si al lugar de los seres superiores
tú aspiraras, al tuyo aspirarían
los seres inferiores; y un vacío
fuera en la creación, donde si quitas
una grada, la escala se destruye;
y roto un eslabón de la cadena,
la cadena también toda se rompe.
Así un sistema de celestes cuerpos,
gira obediente á sus centrales leyes
que tienen relación con otros mundos
que poblarán la inmensidad del cielo.
Altera un tanto este orden, porque acaso
de allí esperas un bien; verás que al punto
la confusión de un cuerpo se difunde
a su sistema, y del sistema al todo;
y caerá destruido el universo.
la tierra de su centro sacudida
se escapará de su órbita; y los soles
y planetas irán ciegos rodando
sin ley cierta, ni fin, precipitados,
los ángeles que rigen las esferas
serán también; los seres sobre seres
se abismarán, y mundos sobre mundos;
del cielo desquiciándole los ejes
vacilará su eterno fundamento,
y ante el trono de Dios Naturaleza.
temblará horrorizada al ver abierto
el espantable abismo de la nada.
¿Por quién desorden tanto? ¡Por el hombre!
¡Por un gusano vil! ... ¡Oh, cuánto exceso
de orgullo, de impiedad y de locura!
¡Qué, si rebeldes nuestros miembros niegan
su ministerio al alma que los rige!
¡Si el pie formado para hollar la tierra,
si la mano al trabajo destinada,
oler, gustar, oír o ver quisiesen,
¡y a cumplir su destino le negasen!...
¡Qué confusión, pues, mucho mayor fuera!
Si en esta inmensa fábrica aspirara
cada parte a ser otra, desdeñando
el empleo y lugar que le ha prescrito
la excelsa mente del Rector supremo.
No son todos los seres sino partes
de este admirable todo, cuyo cuerpo
es la naturaleza, y Dios el Espíritu.
Dios, que igualmente su poder ostenta
grandeza y perfección creando la tierra,
o la esplendente bóveda del cielo;
un átomo sutil, o el sol radioso;
un hombre vil que en la miseria gime,
o el puro serafín que arrebatare
en éxtasis le adora. Para él nada
es alto, bajo, grande, ni pequeño.
Todo ante Dios es nada. Su inefable
Espíritu penetra los abismos
del cielo y de la tierra; enlaza, llena
y lo sostiene todo .... se transforma
en cada ser, quedando siempre el mismo.
Nos calienta en el sol, y nos recrea
con las alas del céfiro; florece
en cada planta, y en loe astros brilla,
inextenso se extiende; indivisible
se difunde doquier; se comunica,
se da sin perder nada: en toda vida
vive; y anima la materia inerte;
en nuestra alma respira, siente, piensa;
y obrando siempre nunca se fatiga.
Depón pues; o mortal, tu error; no llames
imperfección este orden portentoso
que no conoces bien: tu mayor dicha,
quizá de lo que más inculpas, pende.
Tu misma ceguedad y tu flaqueza
son dones a tu fin proporcionados.
Entra en ti mismo; piensa en tu destino
somete tu razón: espera firme
ser tan feliz aquí, o en otra esfera
cual conviene a tu ser, pues Dios lo quiere
y en amor paternal sobre ti vela
desde el alba a la noche de tu vida,
y de su diestra poderosa pendes.
Es la naturaleza con sus obras
un arte para ti desconocido;
lo que llamas fortuna es el efecto
de un gran designio, cuyo fin ignoras:
lo que juzgas discordia es armonía
cuyo hermoso concierto no percibes;
y el mal particular que acaso observas
es un bien general. En fin, concluye,
que, a pesar del orgullo, y en despecho
de la razón ilusa, cuanto existe
todo está bien aquí, todo es perfecto.
Continuará la segunda y tercera parte….
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