domingo, 18 de junio de 2023

ENSAYO SOBRE EL HOMBRE. De M. Pope Versión castellana, del inglés Por D. J. J. de OLMEDO.

 



ENSAYO SOBRE EL HOMBRE.

 

De M. Pope

Versión castellana, del inglés

Por D. J. J. de OLMEDO.

Lima, imprenta de Masias. 1823.

 

 

      INTRODUCCIÓN de José Joaquín de Olmedo


El título solo de este opúsculo bastaría para indicar su importancia, si acaso el ensayo sobre el hombre no fuese tan conocido y recomendado por su antigua celebridad y por el nombre mismo de su autor. —¡Pope, escribiendo del hombre! Nunca un objeto más grande existió en la fantasía de un cantor más filósofo, ni más sublime.

Si Pope no fue el primero que empezó á desembarazar la metafísica de las pueriles sutilezas y de las ininteligibles abstracciones, que de siglos atrás la afeaban y segregaban del trato humano, a lo menos antes de él nadie osó presentar esta ciencia con la honesta desnudez de la verdad, nadie ceñirla de las alegres flores de la poesía. 

La moral, que a manera de la física, acababa también de sacudirse de su materia sutil, y despejarse de sus cielos y de sus turbillones, no le es menos deudora de sus progresos; ya por la simplicidad con que desenvuelve sus principios fundamentales, ya por las ideas sublimes que da de Dios como creador del mundo, y del hombre como emanación suya, la más excelente de todas, a la cual están subordinadas las demás, y con quienes concurre al grande fin de la creación, ya finalmente por revelar el misterio filosófico del mal moral bajo la providencia de un Dios justo y bueno, y del mal físico con el orden, hermosura y perfección del universo.

La emoción que me causó la lectura de este poema no me dejó sentir cuanta sería la audacia de cualquiera que emprendiese su traducción. La niebla que cubría esta montaña enorme no permitió, medir, ni computar su altura. Mas los continuos esfuerzos y la lucha que desde luego tuve que sostener con cada frase, y aún con cada palabra me volvieron en mi sentido cuerdo; y pensé entonces ceder a otro más hábil, o más feliz, el honor de ser el primero que diese a Pope en nuestra lengua. Pero, ya había empezado, .. y ¡es tan duro retroceder!... Hay además cierta vergüenza en desistir de un empeño tomado con resolución, que indeliberadamente llega uno a persuadirse de que es más difícil deshacer el primer paso que se ha dado, que vencer todas las dificultades que se presienten en la carrera. Yo me hallé pues sin libertad para abandonar una obra comenzada, una obra que había de servir forzosamente a mi instrucción, siquiera por las frecuentes lecciones y detenida meditación que debía hacer sobre cada pensamiento para traducirlo en nuestro idioma. Una vez resuelto, me creía satisfecho con que las sentencias quedasen en mi espíritu bien meditadas, aunque sobre el papel saliesen mal vertidas.

Al principio aspiré a la gloria verdaderamente vana y pueril de traducir este ensayo en casi igual número de versos que tiene el original: más cualquiera que conozca el carácter raro de la lengua y de la poesía inglesa, y el rarísimo genio de Pope advertirá fácilmente que esa era una empresa desesperada. Yo me apercibí temprano de mi error: y encontré tan poca fluidez en el estilo, tan poca harmonía en el metro, tantas ideas omitidas, tantas transiciones o suprimidas, o violentas en los primeros cincuenta versos que traduje, que naturalmente pasé al extremo opuesto; y me resolví a dar rienda suelta a mi imaginación, apropiarme los pensamientos del autor, y expresarlos del mejor modo que pudiese, añadiendo algunas ideas, imágenes y alusiones oportunas, sustituyendo los símiles que creyese más propios; haciendo ligeras inversiones, ampliando varias descripciones, y sacudiendo el yugo de una rima rigorosa que en las traducciones es ocasión inevitable a ripios y adiciones extrañas y superfluas: escollo que no pudieron salvar ni los más doctos maestros como León y Herrera, Boileau y el mismo Pope. Yo solo seré responsable de los errores y de la imperfección que resulte a la obra por mis variaciones; y para que todos puedan formar y rectificar su juicio he querido imprimir juntamente el original; con cuyas bellezas naturales pienso también suplir de algún modo la debilidad de mi versión, aunque contribuya yo mismo a que sea más visible la diferencia entre ambas con la indispensable comparación de los dos textos.

Sea cual fuese la extensión con que he usado de esta libertad, nadie podrá acusarme de haber olvidado los preceptos y leyes a que están sujetas las composiciones de este género: antes bien se observará que habiendo escogido un argumento ajeno y de uso público, he procurado hacerlo mío sin defraudar en nada la parte del autor; pero también sin atormentar mi genio en una estrecha y precisa órbita, y sin sacrificar mi opinión, las reglas del arte y el honor poético a una servil fidelidad.

El ensayo sobre el hombre comprende cuatro epístolas, en las cuales se trata de la naturaleza y estado del hombre en relación con el universo, consigo mismo, con la sociedad de que es parte, y con la felicidad a que está destinado. Concluida la versión de la primera, mi arrojo fue más lejos; y concebí quizá muy neciamente el designio de formar un sistema completo sobre las costumbres, desenvolviendo varias indicaciones del autor y añadiendo nuevas observaciones sobre la extensión y límites de la razón humana, sobre el carácter de las ciencias, de las artes útiles, de los diversos talentos de los hombres, y sobre la aplicación, uso y abuso de esas mismas ciencias y de esos mismos talentos en la sociedad civil y espiritual, para hacer más sensible la estrecha relación y enlace que hay entre la virtud y la felicidad.

El mismo Pope parece haber conocido este vacío en su ensayo, habiendo escrito otras epístolas morales sueltas y varias otras composiciones sobre los objetos indicados, señaladamente el libro 4º de su célebre Dunciada. Mi intento era, ya que mis fuerzas no bastaban a la ejecución del plan que audazmente había concebido, traducir todas esas piezas y colocarlas como partes, imitares en los lugares convenientes para que formasen un todo regular, uno y completo.

El ocio que disfrutaba entonces, la distracción de todo de negocio público, y la soledad me preparaban maravillosamente a esta grande y deliciosa ocupación. Mas por aquel mismo tiempo, una voz imperiosa me llamó de improviso a tener parte en los destinos de mi patria. Los cuidados de la vida pública, y los peligros que incesantemente amenazaron mi país hasta la victoria del Pichincha, vinieron no solo a interrumpir mi tarea, sino a pararme de todo género dé estudio, especialmente del trato con las musas que son, como se sabe, nimiamente delicadas y celosas.

Pasado este intervalo empieza a despertarse el deseo de proseguir una obra interrumpida por tres años: y hallándome felizmente en un pueblo en que abundan personas de sentido literario muy exquisito, y donde no faltan buenos conocedores de la propiedad y gracias geniales de uno y otro idioma, me he resuelto á publicar sola esta primera epístola con el fin de consultar el parecer de los inteligentes, y estimular su crítica sobre el método y forma de mi versión; para que castigada según sus observaciones pueda servir de ejemplar a las posteriores que debo continuar luego que pasen las nuevas atenciones que me han sobrevenido cuando lo recelaba menos. Entre tanto mi espíritu irá recobrando su estado natural y la serenidad perdida, en la tormentosa época que acaba de pasar, en la que trayendo una vida pública puedo decir que he vivido fuera de mi elemento propio. El mar agitado por una larga tempestad conserva aún su inquietud mucho tiempo después de serenado el cielo. 

La situación política de nuestra América, así como fue el motivo principal que me motivó a esta empresa, será también un vivo estímulo para llevarla a su conclusión. Cuando los pueblos sacuden una odiada y antigua dominación, y cuando todavía no han tenido ni el tiempo, ni la ocasión de constituirse, aunque la necesidad los obliga a adoptar las antiguas leyes, (no porque sean buenas, sino porque mayor mal es no tener ningunas) nadie puede ignorar que esas leyes siempre pierden gran parte de su vigor y poder, ya por su mismo carácter de provisionales, ya porque no son amadas por su falta de bondad y por el recuerdo que traen consigo de su origen,  ya porque aun las que parecen más equitativas, respiran siempre el mortífero aliento colonial, ya en fin porque despertado una vez en los pueblos el espíritu, el sentimiento de su independencia sufren impacientemente toda ley que no haya dimanado de su propia voluntad.

Era por tanto indispensable preparar un remedio que previniese este mal, casi necesario aun en las revoluciones más juiciosas; y que no pocas veces ha producido grandes calamidades y grandes crímenes, tarde espiados y con mucha sangre. Este remedio no puede ser otro que dar a los pueblos un buen sistema de moral. Espero pues que con sus luces y lecciones cooperarán conmi­go á tan saludable fin todos los que aman cordialmente la patria, y desean verla pros­perar por el adelantamiento de las bellas letras, por el influjo de una sabia y propia legislación, y por el imperio de las buenas costumbres, que son el mejor, el único suplemento de las leyes, y frecuentemente más eficaz que las leyes mismas.

 

SUMARIO.

La razón no puede formarse idea de Dios sino por las cosas visibles; ni del hombre, sino considerándole como parte do este mundo, cuyas relaciones con el universo nos son desconocidas. Esta ignorancia es la fuente de nuestras quejas contra la Providencia. Necedad e injusticia de estas quejas. Para conocer la sabiduría de Dios en la formación del hombre, era preciso comprender toda la economía de sus designios. El hombre tiene toda la perfección que conviene á su fin y al lugar que ocupa en los seres creados. En la ignorancia de los sucesos futuros de la vida, y en la esperanza de una felicidad futura se funda nuestra felicidad presente. Nuestros errores y nuestra miseria provienen del orgullo que aspira a una perfección de que el hombre no es capaz. Él se mira como el objeto final de la creación, y quiere en el mundo moral la perfección que no hay en el mundo físico y que no puede haber en las cosas creadas. En el universo visible hay un orden, una gradación de perfecciones entre las criaturas, de donde resulta la subordinación de unas a otras, y de todas al hombre. Gradación de sentidos, instinto, pensamiento y razón. La razón da al hombre la superioridad sobre todos los animales, y le compensa con ventaja todas las calidades que ellos tienen sobre él. Facultades sensitivas muy delicadas nos harían miserables. La conservación, la felicidad de las criaturas pende del orden y mutuo enlace de todas: la menor dislocación causaría la destrucción del todo. El hombre para ser feliz en el estado presente y futuro debe someterse a los designios de la Providencia, y concluir que todo cuanto existe está bien en el mundo.

 

ENSAYO SOBRE EL HOMBRE.

EPISTOLA 1.

 

De la naturaleza y estado del hombre con relación al Universo.

Despierta amigo, y generoso deja

las necias esperanzas, los caprichos

de la ambición al vulgo de los reyes.

Y pues el soplo de la vida apenas

nos permite observar lo que nos cerca,

y se extingue después; ven y corramos

sobre esta escena rápida del hombre.

¡Qué laberinto!, exclamas. Mas no pienses

que carece de plan. Árbol que tienta

con sus hermosos y vedados frutos,

campo donde rosas entre abrojos nacen,

recojámosle pues; y cuanto muestra

sobre su faz, o dentro el seno guarda,

conmigo indagarás, y las tortuosas

sendas que sigue quien se arrastra ciego,

o el loco aturdimiento del orgullo

que en su mentida elevación se pierde.

Seguir tu clara voz, naturaleza,

es nuestro fin, la necedad humana

confundir en su error; y ver las causas

de quejas y opiniones siempre dignas

de risa, o de censura. Al Dios del hombre

a los ojos del hombre vindiquemos.

 

Sobre Dios, sobre el hombre alguna idea

solo por lo que vemos nos formamos.

¿Qué vemos en el hombre? Un ser dotado

de reflexión, que su lugar prescrito

con los demás en la creación ocupa:

y toda nuestra ciencia sobre el hombre

a estos solos principios se reduce.

 

Que a Dios conozcan mundos infinitos

que ni los puede divisar la vista,

ni el Espíritu imaginar, que allá le adoren...

Nosotros conocerle y adorarle

debemos en el nuestro. En audaz vuelo

quien el espacio penetrar pudiere

y mundos sobre mundos ver girando

para formar el universo, y nuevos

planetas descubrir, y nuevos soles,

y ver qué seres las estrellas pueblan;

ese podrá decir porque Dios hizo

el mundo tal como es.... Mas, di, ¿tú sabes

cuáles de esta obra son los fundamentos?

¿El mutuo lazo, que sus partes une?

¿La justa proporción, y la insensible

gradación de los seres? O bien, dinos,

¿podrá una parte contener su todo?

 

Y esta cadena que lo enlaza todo,

y lo sostiene todo, ¿de qué manos,

de las de Dios, o de las tuyas pende?

¿La razón indagar, ¡necio! pretendes,

por qué eres ciego y débil? ¡Eh! debías

antes buscar la causa aún más oculta

por qué no eres más débil y más ciego.

 

Ve a tu madre la tierra a preguntarle,

¿por qué el roble será más alto y fuerte

que no las zarzas que a su sombra crecen?

O pregunta a los cielos ¿por qué causa

son menores que Júpiter las lunas

que entorno giran de él? ¡Ah! Si es muy justo

que de cuantos sistemas son posibles

prefiera la eternal sabiduría

el que fuere mejor, donde las partes

sin la menor interrupción se adunen

para no disolverse, y donde ocupe

cada ser su lugar; fuerza es que el hombre

tenga el suyo también en esa escala

de los seres que viven y que sienten.

Y aunque ardan en disputas las escuelas,

ya solo resta investigar si el hombre

está con relación a su destino

mal colocado en el lugar que ocupa.

 

Lo que es mal para el hombre, puede y debe

ser un bien para el todo: el arte humano

cuando se esfuerza más, produce apenas

aun con mil movimientos un efecto;

pero Dios con un solo movimiento

llena todo su fin, y aun otros fines

prepara y perfecciona... Y así el hombre

que es aquí el móvil primordial y solo

en este orden, quizá subordinado

a otra esfera mayor mueve una rueda

y concurre a otro fin que él no conoce.

¡Quién, pues, comprenderá de este gran todo

el plan y fin y dirección y leyes,

si una mínima parte solo vemos!

 

Cuando el fiero caballo reconozca

la mano que le doma, y mal su grado

le refrena, o le aguija en su carrera;

y cuando sepa el lento buey por qué abre

ora la dura tierra, ora es llevado

cual víctima al inherente lugar, ora ceñido

de flores cual un Dios, Menfis le adora;

entonces conocer, hombre orgulloso,

podrás también tu fin, y adonde tienden

tu acción y tu pasión; ¿cuáles las causas

son del bien y del mal? ¿qué te reprime

o qué te impele a obrar? ¿por qué unas veces

de una deidad te elevas a la esfera

y otras de un siervo a la vileza bajas?

 

No digas, pues, que el hombre es imperfecto,

y que Dios hizo mal; antes confiesa

que el hombre, a quien es dado solamente

gozar del tiempo un fugitivo instante,

y ocupar del espacio un solo punto,

debe ser tan feliz y tan perfecto

como su ser, y condición exige.

 

Del libro del destino nadie puede

leer sino la línea en que está escrito

lo presente no más. Próvido el cielo

al bruto oculta cuanto inspira al hombre;

y a este cuanto a los Espíritus revela.

¿Quién pudiera jamás vivir tranquilo

sin esta oscuridad?... Cuando el cordero

es por tu gula enviado a mejor vida,

si él tu razón tuviera, ¿lo verías

tan alegre y lascivo en la pradera

pacer, brincar, y en inocente halago

lamer la dura mano que le hiere?

¡O feliz ceguedad de lo futuro!

Gracioso don, a todo ser prestado

porque llene mejor su fin; en tanto

que el sabio Autor en plácido reposo

su obra sublime conservando, mira

con ojo siempre igual un vil insecto,

o un héroe perecer, en el espacio,

ya un sistema, ya un átomo perderse,

y ampollas de aire o mundos disolverse.

 

Refrena, pues, el vuelo de tu orgullo, 

y espera que la desencarnación esos misterios

te venga a revelar, y a Dios adora.

El ignorar te deja sabiamente

cual tu felicidad futura sea;

más, para la presente, una esperanza

eterna puso en tu seno.

Si aquí no eres feliz, tú debes serlo

en otro orden de tiempos y de seres.

¡Oh, cómo el Espíritu inquieto e ilimitado

reposa y se engrandece en esta idea!

 

El indio humilde, en su rudez sumido

ve en las nubes a Dios, le oye en los vientos;

ni vanas artes, ni orgullosa ciencia

Su Espíritu inerte excitaron a elevarse

más allá de la esfera en que el Sol brilla;

su pensar, su saber, no van más lejos

de lo que alcanzan sus sentidos aún dormidos.

Mas la simple natura de esperanza

no le privó; y allá tras de aquel monte,

cuya cima sé pierde entre las nubes,

un cielo él se promete; o se imagina

un mundo, en cuyos bosques solitarios

libre pueda vagar; o ya en el medio

del mar una isla más dichosa, donde

un cruel conquistador jamás arriba

por saciar la sed de oro, derramando

sangre doquier y servidumbre dura

en nombre de su Dios; donde el esclavo

ve su tierra natal, y alegre vive

sin que un amo feroz y avaricioso

en mil modos le oprima, y sin que espectros,

que la superstición crédula forja,

la paz del sueño y de la noche turben.

Contento de existir él no desea

ni las alas del ángel, ni la llama

en que arde el serafín; más se complace

en la dulce ilusión de que su amigo,

su perro fiel será su compañero

Allá en el mismo cielo que se finge.

 

Pero tú eres más sabio.... En tu balanza

pesa, pues, tu opinión contra la ciencia

del próvido Hacedor, y señalando

donde está la imperfección, di que unas veces

se muestra liberal, otras, avaro;

y para darle perfección a su obra,

pon lo que falta, quita lo que sobra.

Destruye a tu placer todos los seres,

o nuevos cría: y en tu orgullo exclama:

“Si el hombre no es feliz, si no es perfecto,

y si no es inmortal, si en él no emplea

todo su amor y su cuidado el cielo,

Dios es injusto:” y arrancando osado

el cetro y la balanza de sus manos,

sé dios de Dios, y juzga su justicia.

 

Amigo, vuelve en ti, de nuestro orgullo

nace todo el error. Nadie en su esfera

Se puede contener; todos aspiran

a otra mayor. Los ángeles ser dioses,

y los hombres ser ángeles quisieran.

Si aspirando a ser Dios, se perdió el ángel,

aspirando a ser ángel se hace el hombre

de aquella misma rebelión culpable:

Pues invertir la eterna ley del orden

es pecar contra Dios, es oponerse

a su eterno designio... y se prepara

la universal disolución del mundo.

 

Si preguntas, ¿por qué los astros brillan?

Si preguntas, ¿por qué la tierra existe?

“Solo es por mí, -responderá el orgullo-;

por mi derrama liberal natura

de frutos y de flores coronada,

todos sus dones del fecundo seno;

por mí da en su estación la vid, la rosa

su néctar y su aroma; por mí encierran

las minas mil tesoros; y los vientos

sobre la mar me llevan obedientes,

nace el sol a alumbrarme; y es la tierra

mi pedestal, y mi dosel el cielo”.

 

Mas cuando el Sol en sus letales rayos

asoladora peste al mundo envía;

cuando las tempestades, terremotos

y erupciones volcánicas arrasan

Y sepultan los pueblos y naciones;

¿no se podrá decir, que se extravía

natura de su fin, y que en el mundo

 

Reyna el Genio del mal? “No, no, responde

la voz de la razón que nunca engaña,

pues la primera Causa omnipotente

solo por leyes generales obra

que invierte rara vez, cuando le place,

y nunca sin razón; y el mal permite

si a conservar el todo contribuye”.

 

Por esta justa ley, cuanto hay criado,

todo cuanto no es Dios, es imperfecto,

mudable y mortal. El hombre solo

¿no sufrirá esta ley?... Naturaleza

tal vez del grande fin que se propuso

de hacer feliz al hombre, se desvía;

y aun el hombre también: ¿qué importa?

El orden de ese desorden aparente nace.

 

Aquel gran fin en sucesión perenne

lluvias, calor, serenidad requiere,

o más bien una eterna primavera;

no menos que en los seres racionales

moderación, frugalidad, templanza,

y un orden regular en sus deseos.

Pues si en el orden natural no alteran

el designio de Dios las tempestades,

las pestes, y violentos terremotos;

¿lo han de alterar los crímenes infandos

de un Borja, de un Nerón?... Así lo piensa,

en el delirio de su orgullo, el hombre

si ve que puede Dios hacer que el vicio

de su justicia a los designios sirva.

¿Quién osará inculpar la Providencia

En el orden moral, si vindicada

siempre en el orden natural la observa?

Por una misma regla juzga de ambos;

mas siempre errados vagarán tus juicios,

si tu vana razón no sometieres

a la razón universal del mundo.

 

Y ¿no fuera mejor, dirás, que todo

fuese en el mundo físico, armonía

y en el moral, virtud? ¿Que por los vientos,

jamás el mar se viera combatido,

ni nuestro corazón por las pasiones?

¡Necio! ¿No ves que de la perpetua resistencia

que de los discordes elementos nace,

subsiste el todo y que los elementos

de tu vida y tu ser, son las pasiones?...

Así desde el principio de las cosas

el orden general se ha conservado

en la naturaleza y en el hombre.

 

¿Y éste a qué aspira? Siempre descontento,

si alza su mente al cielo y se contempla

poco inferior al ángel, más que un ángel

siendo hombre quiere ser; si sus miradas

después abate al suelo, se lamenta

de no tener la fuerza de los toros,

o la piel de los osos, o del ciervo

la rara agilidad. Si para su uso

todas las criaturas hechas fueron

¿de qué le serviría si él gozara

todas las dotes y atributos de ellas?

 

Órganos, facultades convenientes

a su destino, a cada cual ha dado

con mano sabia y liberal, natura;

y en todo, justa proporción guardando,

la menos fuerza recompensa en unos

con más agilidad, y otros defectos,

de otros repara con mayor instinto.

Nada añadirse, ni quitarse puede.

No hay bestia, no hay insecto que no sea

tan perfecto y feliz como demanda

su humilde condición. Y ¿para el hombre,

y para el hombre solo, será el cielo

ingraciable y cruel?... ¿Y quién se dice

único racional, juzga que nada

en sí tiene, si no lo tiene todo,

siempre quejoso, nunca satisfecho?

 

¡Hombre! Si un necio orgullo no te ciega,

conocerás que el ser feliz estriba

en no pensar, ni obrar sino como hombre,

y en no aspirar a dotes más sublimes,

ni á mayor perfección de la que sufre

tu noble condición y tu destino.

Con más delicadeza tus sentidos

inútiles te fueran, y aun dañosos.

si un ojo microscópico tuvieras;

las partes, los menores movimientos 

vieras de un arador, mas no gozaras

del grandioso espectáculo del cielo.

Si más fino tu olfato y tacto fuera,

La resistencia más ligera, la dulce

impresión de una flor te causaría

el dolor, o la desencarnación: un trueno horrible

fuera cada rumor, siempre aturdido

del armónico son de las esferas

sintieras no escuchar la melodiosa

queja del ruiseñor, del vago viento

el grato susurrar entre las ramas,

y el tono adulador, del arroyuelo.

 

Adora, pues, la gran sabiduría

del muy Alto en los dones que te ha dado;

y en lo que niega, su bondad adora.

 

¡Por la inmensa creación, cual va la escala

de inercia, vida, instinto, pensamiento

en insensible gradación subiendo

desde la humilde raza del insecto

a la estirpe del hombre soberana!

¡Qué modificaciones de sentidos!

¡Qué grados intermedios desde el topo

a quien odiosa piel la luz le niega,

al lince perspicaz!... ¡De la leona,

que al ruido de su presa por la noche

ciega se lanza, al perro cuyo olfato

discurriendo le lleva por un rastro

imperceptible, al más remoto objeto!

¡Cuál el oído; cual la voz creciendo

va desde el mudo pez, a las canoras

aves de abril en la florida selva!

¡Qué finura en el tacto de la araña

sobre las redes que afanosa teje!

¡En cada hilo vivir, sentir parece!

¡Con qué discernimiento va la abeja

libando aun de las plantas venenosas

un licor saludable y delicioso!

 

Y en el orden de instinto, si la mente

fijas, ¡qué variedad desde el inmundo

vil cerdo que en el fango se revuelca,

al casi racional noble elefante!

Y, ¡cuán débil barrera se interpone

entre ese instinto, y la razón humana!

¡Próximos siempre, y siempre separados!...

 

¿Quién conocer podrá la estrecha alianza

entre la sensación y el pensamiento?

¡Oh, cuántos seres! ¡Cuántas relaciones!

¿Y quién dirá de sus indefinibles

medias naturalezas, cómo tienden

a unirse siempre sin jamás tocarse,

ni menos traspasar esa invencible,

esa línea sutil que las separa?

 

Turba la justa gradación de seres:

y al punto los verás como se impelen,

se chocan, se destruyen.... y se rompe

la unión, la relación de unos a otros,

y de todos al hombre; y si tan varias

facultades y dotes y atributos

están subordinados a ti solo,

porque te cupo la razón en parte

cual un destelle de celeste llama;

di pues, que tu razón todo lo abraza,

que tu razón te sobrepone a todos.

 

Discurre por los aires, corre el globo;

sonda la mar; descubrirás doquiera

la materia agitándose fecunda

y pronta a producir. ¡Cual se dilata

la progresión de seres! Hacia arriba

¡a qué altura se eleva inaccesible!

En torno, ¡qué extensión interminable!

Hacia abajo también, ¡en qué insondable

profundidad se pierde!... El principio

De la cadena es Dios: siguen por orden

Espíritus, hombres, bestias, aves, peces,

insectos invisibles. ¡Qué intervalo

del infinito a ti, de ti a la nada!

Si al lugar de los seres superiores

tú aspiraras, al tuyo aspirarían

los seres inferiores; y un vacío

fuera en la creación, donde si quitas

una grada, la escala se destruye;

y roto un eslabón de la cadena,

la cadena también toda se rompe.

 

Así un sistema de celestes cuerpos,

gira obediente á sus centrales leyes

que tienen relación con otros mundos

que poblarán la inmensidad del cielo.

 

Altera un tanto este orden, porque acaso

de allí esperas un bien; verás que al punto

la confusión de un cuerpo se difunde

a su sistema, y del sistema al todo;

y caerá destruido el universo.

la tierra de su centro sacudida

se escapará de su órbita; y los soles

y planetas irán ciegos rodando

sin ley cierta, ni fin, precipitados,

los ángeles que rigen las esferas

serán también; los seres sobre seres

se abismarán, y mundos sobre mundos;

del cielo desquiciándole los ejes

vacilará su eterno fundamento,

y ante el trono de Dios Naturaleza.

temblará horrorizada al ver abierto

el espantable abismo de la nada.

¿Por quién desorden tanto? ¡Por el hombre!

¡Por un gusano vil! ... ¡Oh, cuánto exceso

de orgullo, de impiedad y de locura!

 

¡Qué, si rebeldes nuestros miembros niegan

su ministerio al alma que los rige!

¡Si el pie formado para hollar la tierra,

si la mano al trabajo destinada,

oler, gustar, oír o ver quisiesen,

¡y a cumplir su destino le negasen!...

¡Qué confusión, pues, mucho mayor fuera!

Si en esta inmensa fábrica aspirara

cada parte a ser otra, desdeñando

el empleo y lugar que le ha prescrito

la excelsa mente del Rector supremo.

 

No son todos los seres sino partes

de este admirable todo, cuyo cuerpo

es la naturaleza, y Dios el Espíritu.

Dios, que igualmente su poder ostenta

grandeza y perfección creando la tierra,

o la esplendente bóveda del cielo;

un átomo sutil, o el sol radioso;

un hombre vil que en la miseria gime,

o el puro serafín que arrebatare

en éxtasis le adora. Para él nada

es alto, bajo, grande, ni pequeño.

Todo ante Dios es nada. Su inefable

Espíritu penetra los abismos

del cielo y de la tierra; enlaza, llena

y lo sostiene todo .... se transforma

en cada ser, quedando siempre el mismo.

Nos calienta en el sol, y nos recrea

con las alas del céfiro; florece

en cada planta, y en loe astros brilla,

inextenso se extiende; indivisible

se difunde doquier; se comunica,

se da sin perder nada: en toda vida

vive; y anima la materia inerte;

en nuestra alma respira, siente, piensa;

y obrando siempre nunca se fatiga.

 

Depón pues; o mortal, tu error; no llames

imperfección este orden portentoso

que no conoces bien: tu mayor dicha,

quizá de lo que más inculpas, pende.

Tu misma ceguedad y tu flaqueza

son dones a tu fin proporcionados.

Entra en ti mismo; piensa en tu destino

somete tu razón: espera firme

ser tan feliz aquí, o en otra esfera

cual conviene a tu ser, pues Dios lo quiere

y en amor paternal sobre ti vela

desde el alba a la noche de tu vida,

y de su diestra poderosa pendes.

 

Es la naturaleza con sus obras

un arte para ti desconocido;

lo que llamas fortuna es el efecto

de un gran designio, cuyo fin ignoras:

lo que juzgas discordia es armonía

cuyo hermoso concierto no percibes;

y el mal particular que acaso observas

es un bien general. En fin, concluye,

que, a pesar del orgullo, y en despecho

de la razón ilusa, cuanto existe

todo está bien aquí, todo es perfecto.

 

Continuará la segunda y tercera parte….

 


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