AL AEDA INSPIRADO DE LOS PINTORES
©Giuseppe Isgró C.
Al hermano y amigo: Juan Antonio Torrijo Latorre
Al fondo, la luz intensa, dorada,
cual miel divina, energía en eterno movimiento, símbolo y emblema de la Divinidad.
Amanecer y ocaso, los opuestos que se unen. Principio y fin, ciclos de
constante renovación ad infinitum, en un ir y venir, en eterno retorno a la
fuente, sin alcanzarla jamás afortunadamente. Paradójicamente, siempre se ha
estado en ella. Se ha sido: el caminante, el camino y la fuente.
Por un camino rodeado de verdes
horizontes de abundantes vidas en ellos inmersas, acompañantes silenciosos,
unos, cantores de variadas melodías que hacen sentir la compañía de seres
amigos, otros. Agarrados de las manos seres que representan dos fases
existenciales. El hombre maduro en el ocaso de la vida y el joven
redimensionado, en el alba de la vida, indican claramente, como en cada nueva
generación el Espíritu se agiganta, pero el lazo afectivo le une.
Por mucho que se haya avanzado, los
que siguen los pasos sobrepasarán, con creces, todo logro alcanzado.
El mañana, siempre será más que
hoy.
Jamás imaginó el hombre maduro la
estatura que alcanzaría aquel niño que un día cargara, hijo o nieto, o
biznieto, que preanuncia el mañana, cuando se vuelva a emprender un nuevo
ciclo.
Épocas de grandeza, de esplendor,
de inmensidad latente, que va extrayendo de sí mismo lo que ya posee, en
conocimiento y poder, y siempre encuentra más, a medida que las necesidades
crezcan, y los anhelos del infinito, que ya se poseen, latentes, cual bellota
el árbol gigante de la encina, del fuerte roble y tantos otros de análoga
naturaleza, e intuye, también, su dorado futuro.
Siempre hay más porque el absoluto
se encuentra en la ínfima parte, cual lo percibiera Anaxágoras. En lo
infinitamente grande al igual que en lo infinitamente pequeño, existe la misma
potencia y sabiduría, sin diferenciación, aunque se ignore. Con solo tener una
necesidad, o anhelo, ilimitados, al instante, se expresaría todo ese potencial
y cualquier ser de los cuatro reinos, podría hacerlo cual Divinidad viviente.
Empero, aún la misma Divinidad, el Ser Universal, el Sin Nombre conocido, por
ser anterior a todo lo que existe, necesita de la eternidad, el eterno
presente, para expresarse –a través de cada ser, en los cuatro reinos, en una
obra que jamás termina, porque siempre hay un más allá, un nuevo comenzar en
una estación superior, -eterna polarización- en cualquier estado de conciencia,
por elevado, o variante, que fuere.
En lo alto de la colina, indicativo
de un camino elevado que se recorre. Al pié de la misma, la orilla del mar, el
vaivén de las olas, el eterno ritmo, el ir y venir que permite la vida y la
depuración-renovación constante.
Al mirar en la lejanía, se busca el
fin del mar, pero el camino es circunferencial, sin principio ni fin, al igual
que la Divinidad, representada en el Círculo. A cada vuelta, a partir del punto
dentro del círculo, la espiral evolutiva del progreso, se expande en un doble
recorrido exterior e interno, a la vez, hacia afuera, y hacia adentro. Al igual
que el árbol: hacía fuera, buscando la luz. Hacia dentro, buscando las raíces
nuevos nutrientes. Al crecer interiormente, en forma paralela se realiza en lo
externo.
Como es adentro es afuera, como es
afuera es adentro, como es lo grande es lo pequeño, como es arriba es abajo
para realizar el prodigio de la creación. Esto ya lo había previsto aquel
mensajero inspirado, Hermes. Como es Dios es el hombre, el animal, el vegetal y
el mineral, en las tres dimensiones: divina, espiritual y física. La misma:
vida, inteligencia, conciencia, luz, potencia, aptitud, actitud, carácter,
voluntad, anhelo y ser, sin división ni separación, con la misma sed del
infinito que ya se posee y que jamás se saciará, afortunadamente, porque la sed
de mañana, será mayor y el manantial es inagotable.
Ya lo dijo Mahoma: -“Quien se
conoce, conoce a Dios”. ¿Quién se conoce?
Por eso los nuevos cantos de
esperanza de los poetas, de los pintores, de los líderes o aurigas, de los
maestros y cada uno de los seres, en sus propia esfera, para iluminar el camino
con esa luz divina, cual faro que oriente al nuevo destino de turno, en cada
nueva edad de oro, o renacimiento espiritual integral.
El contraste entre la luz y la
oscuridad, ambas en el fondo, conforman un todo. ¿Cómo apreciar la una sin la
existencia de la otra? ¿Cómo saber lo que es dulce sin la existencia de lo
amargo, el calor sin el frío, el bien sin el mal, la bondad sin la maldad, el
placer sin el dolor, la belleza sin la fealdad, y un largo etcétera? Sabia
previsión de la Divinidad que en sus eternos planes previó todo lo que se
precisa, como guía certera bajo cuya égida caminar seguros. Por eso decía Lao
Tse: -“Cuando se percibe la luz, se da cuenta lo que es la oscuridad. Cuando
se percibe la belleza, se descubre lo que es la fealdad”, etcétera.
El hombre maduro y el joven
gigante, preanuncian un progreso incomparable en las nuevas y renovadas edades
de oro que, cada cierto tiempo, revelan nuevas etapas de progreso.
Solo los poetas y los pintores,
artistas inspirados y seres enfocados en su propósito de vida, proyectados a
otras dimensiones, en los inmensos mundos del universo, perciben humanidades
adelantadas una eternidad a nuestro planeta, hasta donde puedan absorber los
adelantos inherentes a su propio nivel y plan de adelante del propio planeta de
turno, hasta ahora inimaginable, empero, señalando los caminos que esperan como
destino, a cada ser, en los cuatro reinos, paralelamente, como única ley divina
de progreso integral.
Los poetas con sus cantos, los
pintores con los símbolos plasmados en sus lienzos, el científico en su
laboratorio, el trabajador en su faena diaria, el maestro y el líder o auriga,
con sus arengas, el legislador con sus justas legislaciones, y cada uno en su
propio rol, inspirado por el mensaje de la Divinidad, -Sublime Pedagogo- en la
propia conciencia, cada uno como heraldo del infinito, anuncia el alba, y las
incontables albas, del porvenir, un porvenir de Gigantes, como lo plasmó Juan
Antonio, en cada nueva generación, ad infinitum.
Todos son portadores de un nuevo
aliento renovador, de confianza en tiempos mejores que los conocidos, por muy
buenos que estos hayan sido, nada se le comparará, al igual que el joven
gigante y aquel hombre maduro de la hermosa obra pictórica-simbólica de Juan
Antonio.
Cuantos tesoros ocultos, inmensas
vidas existentes en ese mar inconmensurable, que escapan a la propia vista.
Para todos estos seres de los cuatro reinos naturales, el canto de esperanza es
idéntico, por cuanto las etapas de progresos son idénticas para todos; lo que
cambia es la forma, no el fondo ni la esencia, ni el ser, que es una expresión
indivisa de la Divinidad a la conciencia individual, como instrumento de su
voluntad.
Esta obra que hoy, agradecidos y
emocionados se contempla por la inspiración, y el cultivo del arte, -como decía
Sócrates, en el Ión de Platón-, del hermano Juan Antonio, es un canto de
esperanza y el reflejo de infinitas verdades que se deducen, ya existentes, que
están ahí, basta enfocarlas, para verlas gradualmente, de acuerdo al propio
grado de atención. Mientras más se contempla, más profundo el éxtasis que eleva
el Espíritu a las esferas del infinito, para ver hasta donde las alas del
progreso, y experiencia, lo permitan.
Cuán lejos se ha proyectado el
pintor a esas elevadas esferas de radiante luz, frecuencias divinas de
sabiduría y armonías cuyas vibraciones dirigieron el pincel, y la experta mano,
plasmando la visión de nuevas edades de oro –ahora utópicas y parecieran
lejanas, aún- que esperan que las nuevas generaciones conquisten como retos
capaces de extraer las esencias divinas que traen consigo para encontrarle el
sentido a la vida, en cada fase, ad infinitum.
Tanto el joven como el hombre
maduro, ambos marchan confiados hacia su destino futuro, en el eterno ahora. El
segundo sabe, que luego, cuando el primero ocupe su lugar en la madurez, en
escalas acrecentadas de progreso, le estará esperando, cuando reencarnado
vuelva. Esas manos enlazadas de dos generaciones, lo han sido incontables
veces, como abuelos y nietos, o bisabuelos y biznietos, o como amigos,
compañeros de caminos, por eso el amor es tan intenso entre seres de estos
saltos generacionales y entre seres amigos que hacen de la amistad un lazo de
familia verdadera, en un interminable ciclo de progreso y compañerismo. Por eso
en el camino de la vida se encuentran tantos seres que, desde el primer
instante, se percibe como si se le conociera desde siempre, y por supuestos,
con lazos de amistad, para siempre en una interconexión que trasciende lo
físico, la distancia y los saltos generacionales.
Al final, los padres se transforman
en discípulos de sus propios hijos, porque, los alumnos, salvo excepciones,
montados sobre hombros de gigantes, superan a sus padres y maestros. Es el
instante donde ya, no es el vínculo filial el que se impone, sino el de la
amistad, eterno lazo de afecto entre los seres y riqueza incomparable, entre
todas las existentes.
Un saludo con gratitud al
experimentado e inspirado pintor, el hermano y amigo Juan Antonio, que hizo
posible una obra que cual mándala divino es capaz de inducir al éxtasis
meditativo y nos invita a recorrer nuevos caminos luminosos de belleza
inigualable.
Adelante.
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