domingo, 3 de septiembre de 2023

SÓCRATES Y LA PRUDENCIA DEL DARSE CUENTA


 

SÓCRATES

Y LA PRUDENCIA DEL DARSE CUENTA

 

Abg. Giuseppe ISGRÓ C.

 

 

La sabiduría de mayor calibre que puede alcanzar el ser humano es la conciencia de lo que se ignora. Esa es la razón por la cual Sócrates era considerado, en su época, el más sabio. Pero, recordemos que él se sorprendió cuando vino a conocimiento de que la Pitia lo había calificado de esa manera.

Comenzó a rememorar a los políticos, poetas, oradores y artesanos, a quienes consideraba más sabios que él y, acto seguido, en compañía de sus discípulos, las va visitando uno a uno para interrogarles con su efectivo arte de preguntar, con el que lograba dar a luz las ideas. Cual no sería su asombro, cuando a raíz de sus preguntas deja en claro que ellos creían saber más de lo que realmente sabían. Se percató de que quienes creían saber, en realidad no sabían y de que su fama trascendía su verdadero conocimiento.

Sócrates reflexionó: -“Esta gente cree que sabe cuando en realidad ignora. Yo, en cambio, igualmente no sé, pero me doy cuenta de que no sé. La única razón que pudo tener la Pitia para calificarme como el hombre más sabio es la de que yo sé que no sé aquello que no sé”-

Sócrates se dio cuenta de que la conciencia de la propia ignorancia es la mejor vía hacia la sabiduría, es decir: el darse cuenta.

Darse cuenta, por medio de la conciencia perceptiva, de la propia ignorancia, conocida como la Docta Ignorancia, es el auténtico y único camino existente hacia la sabiduría. Cómo se puede estudiar  algo si se ignora lo que se necesita aprender o de que tal conocimiento existe? Cómo se puede comer si no se tiene hambre? La conciencia de la propia ignorancia es el hambre de la sabiduría. Y, cuando se tiene apetito se quiere comer. Por supuesto, la cuestión del gusto y la exigencia de la calidad del alimento es algo  que se va perfeccionando gradualmente, pero, esto es tema aparte.

Toda conciencia de la propia ignorancia genera el conocimiento suficiente y equivalente para transmutarla en sabiduría, comprensión, percepción y/o en darse cuenta. Aporta la visión del líder: la que otorga el liderazgo situacional y perdurable.

El mecanismo que la mente -espíritu- utiliza es el de la pregunta, por ejemplo: el qué, el cómo, el cuándo, el dónde, el quién, el cuánto y el por qué. Con estas preguntas en la mente, la persona inicia la búsqueda a nivel de conciencia objetiva, por medio de la lógica inductiva y deductiva, reflexionando y discerniendo sobre el tema que constituye el objeto de la conciencia de la propia ignorancia, por una parte; por la otra, comienza a preguntar a quienes estima que pueden tener la respuesta o leyendo en la bibliografía existente sobre la materia, hasta que, muchas veces, después de darse casi por vencido, aflora un día la luz en la mente y de repente, la persona sabe lo que antes ignoraba.

Toda la variada búsqueda infructuosa que no le aportaba ninguna respuesta, sin embargo, le ponía en conocimiento de lo que no era la verdad. Conocer lo que no es la verdad, lo que no es justo, lo que no es hermoso, lo que no está bien, entre otras cosas, es ya estar en posesión de la mitad de la verdad. La otra mitad se deduce, o asimila, mediante un proceso que se denomina la eterna polarización, por medio de la transmutación de un estado de conciencia a otro; de una polaridad negativa a su opuesta positiva.

Así como toda necesidad genera una fuerza motivadora-creadora equivalente para conducir a la persona hasta el lugar en donde se encuentra la satisfacción de la misma, de igual manera ocurre con la docta ignorancia. Pero, en ambos casos, en la necesidad y en la ignorancia hay algo más de lo que aparentemente se ve. En la necesidad, por ejemplo, se expresa en grado suficiente, el poder potencialmente infinito del Espíritu, para conducirle al lugar en donde se encuentra su satisfacción. Pero, ¿cómo adquiere conciencia de donde se encuentra ese lugar y las respuestas a las demás preguntas relativas al qué, al cómo, al cuándo, al dónde, al quién, al cuánto y al por qué?

En el caso del propio desconocimiento en relación a cualesquiera temas, o aspectos de la realidad, ¿cómo percibe, el ser humano, la verdad cuando llega al límite de lo conocido por él, por sus contemporáneos y cuando los libros antiguos y modernos tampoco contienen la respuesta?

En esa meditación constante, el espíritu trasciende la conciencia objetiva la cual se encuentra limitada a los cinco sentidos sensoriales y a la capacidad de razonamiento por medio de la lógica inductiva y deductiva. Pasa, entonces, a la conciencia subjetiva, percibiendo, intuitivamente, la información que precisa, leyéndola en el propio archivo espiritual registrado en el alma, -peri-espíritu-, o en el archivo espiritual -alma- de cualquier espíritu encarnado o que se encuentre en la dimensión espiritual, en este planeta o en alguno de los incontables mundos del universo. Por medio de la lectura de contenidos mentales -en sintonía según el grado de conciencia de la propia ignorancia u objetivo de conocimiento-, percibe lo que precisa y lo transfiere a la conciencia objetiva como percepción intuitiva. Se da cuenta, de repente, de que le ha venido a la mente la idea correcta, esclarecedora de la verdad, pero desconoce de dónde la ha tomado. Sabe, pero ignora como y porqué conoce.

Esto es solamente la mitad del proceso: el conocimiento por percepción intuitiva, utilizando la facultad de proyección espiritual, la cual le permite al espíritu -por la elasticidad de su alma o hilo de plata- trasladarse a la velocidad del pensamiento a cualquier lugar en que se encuentre la información que busca: que, como hemos dicho, puede encontrarse en el propio archivo espiritual, o, en cualquier lugar de este planeta o de los incontables mundos del universo, y, por qué no?, en la mente del Ser Universal, a la cual accede por medio de la conexión espiritual con Él.

La otra vertiente es la inspiración. Los seres que conforman  la ecología mental, a nivel de encarnados, en la dimensión física, o emancipados de la materia, en la espiritual, comunican, por el pensamiento, contenidos mentales que la persona percibe como suyos, pero que no los son, y constituyen la cooperación que por afinidad -cuando se trata de contenidos acordes con la verdad- que aportan los amigos espirituales o los respectivos instructores del planeta de turno en que se vive, ya que el proceso es idéntico en cualquier mundo del universo. También lo es en cada uno de los cuatro reinos naturales, por cuanto la ley cósmica que rige todo, es una.

Pero, hay algo más, el auténtico maestro es el Ser Universal, quien se expresa en la propia conciencia por medio de los sentimientos análogos a los valores universales o atributos divinos, que, en cada caso se precisa, por ejemplo: el sentimiento del bien o del mal, de lo justo o de lo injusto, de lo bello o de lo feo, y así ad infinitum.

La conciencia de lo que se ignora -y se desea conocer-, conecta con la fuente donde se encuentra el conocimiento precisado, en grado equivalente, y aporta la percepción intuitiva, o inspirativa, por cualquiera de las vías mencionadas u otros canales.

El poder potencialmente infinito del espíritu se expresa en grado proporcional a la necesidad para satisfacerla. Si no hubiese necesidad dejaría de expresarse el poder creador. Si se careciese de la consciencia de la propia ignorancia, quedaría sin manifestarse la sabiduría mayor, ya que ni siquiera la buscaría y, en el caso de percibirla, hará caso omiso de ella, desestimando la importancia que merece; es decir: le pasaría desapercibida, y aunque le ofreciesen el conocimiento en bandeja de plata, lo arrojaría al fango, al igual que el cerdo con las perlas a las que aludía el hermano de Nazareth.

Las dos potencias mayores del universo las constituyen el poder creador potencialmente infinito y la sabiduría de los valores universales. Al primero, lo expresan las necesidades y la programación de los propios objetivos, o propósitos, y el deber. A la segunda, la conciencia de la propia ignorancia. Por esta última característica, Sócrates era considerado el más sabio, y desde el siglo IV antes de nuestra era, se le admira como uno de los hombres más singulares del planeta tierra.

Adelante.

 

 

 





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