LA FUNCIÓN ESPIRITUAL DE IBN ‘ARABI
Anónimo
Muhyî
d-Dîn ibn ‘Arabi (radiallâhu ‘ánhu) nació en Murcia el 27 de Ramadán de
año 560 de la Hégira (correspondiente al 7 de agosto de 1165) y murió en
Damasco el 28 de Rabî‘ II del 638 (correspondiente al 16 de noviembre de 1240).
Fue el más grande de los maestros sufíes de todos los tiempos.
“¡Da
consejo a Mis servidores!” (ínsah ‘ibâdî). Muhyî
d-Dîn ibn ‘Arabi, a quien se dirigió esta orden señorial en Almería (año 1199),
se mantuvo fiel a ella hasta su muerte haciéndose merecedor de ser llamado
ash-Sháij al-Ákbar (el Más Grande de los Maestros). A lo largo de treinta años,
recorriendo el mundo musulmán desde Andalucía hasta Anatolia, instruyó
incansablemente a sus discípulos, escribiendo y dictando sus enseñanzas.
Durante otros diez años, asentado en Damasco, continuó cumpliendo su función y
terminó la obra de inspiración mística más considerable que hombre alguno haya
jamás compuesto.
Esa
obra inmensa trata sobre todas las ciencias tradicionales islámicas, las de la
Shârî‘a o Ley Revelada (Corán, Sunna, Derecho -Fiqh-), las de la Haqîqa
o Verdad Interior, y las de laTarîqa, la Vía espiritual e iniciática que
lleva a la realización de la Verdad. Una tal producción que sobrepasa con mucho
los quinientos títulos parece superar las posibilidades de un hombre abandonado
a sus propias fuerzas. Pero se explica si se admite lo que Muhyî d-Dîn
no dejó de proclamar, a saber que no hacía sino obedecer órdenes interiores y
escribir lo que le comunicaba el Ángel de la Inspiración (Málak al-Ilhâm).
En
el prefacio a su libro Mawâqi‘ an-Nuÿûm, que redactó en tan sólo once días en
Almería durante el mes de Ramadán del año 595, Muhyî d-Dîn declaró: “Cuando
la Verdad Absoluta (al-Haqq) quiso que viniese a la existencia esta obra
preciosa y quiso hacer don a sus criaturas de las gracias y bendiciones
escogidas de entre los tesoros de su generosidad, por la intermediación de
quien había elegido de entre sus servidores... me envió, para darme firmeza, al
mensajero de su inspiración.. que insufló en mí un aliento de su espíritu
insondable”.
En
los Futûhât -colosal enciclopedia de conocimientos místicos- Ibn ‘Arabi
precisa que “la ciencia señorial es la que Allah enseña por inspiración
(ilhâm), por proyección (ilqâ) o haciendo descender al Espíritu depositario de
ese saber (ar-Rûh al-Amîn) sobre el corazón. Este libro es de ese
género. Yo no he escrito en él ni una palabra que no provenga de un dictado
señorial, de una proyección majestuosa o de una insuflación espiritual en mi
ser, si bien no soy un enviado como profeta que aporte una Ley nueva ni soy
mensajero que trasmita obligaciones... Si digo esto último es únicamente para
que nadie se imagine que pretendamos -mi pares y yo- haber alcanzado el grado
de la profecía (nubuwa). ¡Cierto que no! Lo que queda de ella es la herencia
espiritual (mîrâz) y el hecho de marchar sobre las huellas de Muhammad
(s.a.s.), el Enviado de Allah”. En otro lugar de los Futûhât, él
afirma: “Es Allah quien ha construido este libro, y no yo, para el uso de
las criaturas; todo en él es una ‘abertura’ (fath) desde la parte de
Allah”.
La
génesis de las obras de Ibn ‘Arabi tiene que ser igualmente puesta en relación
con ciertos encuentros que mantuvo o visitas que realizó a sufíes o a
personajes de la jerarquía esotérica. Ciertos viajes del Sháij Muhyî
d-Dîn toman entonces un sentido particular. Observamos así que los at-Tadbîrât
al-Ilâhía fueron escritos después de que una indicación señorial le presentó en
Morón (Maurûr) a ‘Abd Allâh ibn al-Ustâdz al-Maurûri, que era el
Qutb al-Mutawakkilîn, es decir, el Polo Espiritual de aquellos que habían
alcanzado el maqâm del tawákkul: el abandono en Allah del gobierno (tadbîr) de
sus vidas. Tiene sentido que el relato que hace el Sháij de su ascensión
espiritual hasta la luz Suprema se encuentre en un capítulo de los Futûhât
titulado: “Conocimiento de la morada del tawákkul”. Esa ascensión, que es
narrada por Ibn ‘Arabi también en su Kitâb al-Isrâ (la traducción al castellano
de la primera parte de este libro ha sido publicada en zawiya.org), habría tenido
lugar en Fez en el 594 de la Hégira. Fue en Fez (en el año 593) donde conoció
al Polo de su Tiempo (Qutb Çamânihi), es decir, al jefe supremo de la
jerarquía esotérica que había obtenido el maqâm de la Luz.
Otro
personaje que jugó un papel importante en la vida de Ibn ‘Arabi fue ‘Abd
al-‘Açîç al-Mahdâwi, cuyo espíritu es considerado protector de la ciudad de
Túnez, a quien visitó el Sháij en tres ocasiones durante sus estancias en Túnez
(590, 595 y 598). Ibn ‘Arabi le dedicó su prefacio de los Futûhât en el
598 tras su primera peregrinación a Meca, y también le dirigió su Rûh al-Quds
en el 600. Junto a él redactó en el 598 otro de sus libros, el Inshâ ad-Dawâir.
Pero
aún es más conocido el papel de Nizâm, a la que Ibn ‘Arabi conoció
durante su estancia en Meca el año 598. Era la hija de un piadoso sabio de
Ispahán a quien Ibn ‘Arabi había encontrado entre otros místicos a los que
frecuentaba en la Ciudad. Esa maestra sufí fue la inspiradora del Turÿumân
al-Ashwâq, bellísimos poemas de amor místico redactados en la forma clásica del
nasîb. Si no hemos hablado de los encuentros de Ibn ‘Arabi con el Jidr
(personaje que simboliza al maestro ideal y que reside en el mundo intermedio
al que tiene acceso el sufí en su avance hacia la Unidad Absoluta) es porque, a
pesar de su importancia para la realización espiritual que desemboca en la
Santidad Suprema (al-Walâya), esos encuentros parecen no haber tenido influencia
sobre su función de maestro y sobre la elaboración de su obra. Las tres
intervenciones del Jidr en el curso de la fase inicial y ascendente de la
realización espiritual de Muhyî d-Dîn y la triple investidura de la
Jirqa (el manto iniciático) que recibió en diferentes épocas y que él mismo
trasmitió a su vez, no parecen haber concernido más que a la vía personal del
Sháij, y de un modo que sigue siendo enigmática.
Toda
la obra del ash-Sháij al-Ákbar, inspirada y favorecida en su manifestación por
encuentros con awliyâ (íntimos de Allah), maestros espirituales, personajes de
la jerarquía esotérica o ‘figuras teofánicas’, no encuentra su verdadera
explicación más que en el hecho de que Muhyî d-Dîn, como
resultado de su ascensión espiritual, en Fez en el 594 (1197 de la era
cristiana) se convirtió en el Heredero (Wâriz) del Profeta (s.a.s.). Para
comprender la significación y las implicaciones de este hecho, hay que
remitirse al relato que él hizo de ese acontecimiento místico. Envuelto en
luces y todo su ser convertido en luz, ‘revestido de una túnica de honor
(jil‘a) no parecida a ninguna otra’, Muhyî d-Dîn pidió a Allah un
versículo coránico que incluyera toda la Revelación “y Allah hizo descender
sobre mí: ‘Di: nos hemos abierto de corazón a Allah y a lo que ha hecho
descender hasta nosotros y a lo que ha revelado a Abraham, a Ismael, a Isaac,
Jacob y las Tribus, a lo que dio a Moisés, a Jesús y a los Profetas de parte de
su señor. No distinguimos entre ellos, y a Él estamos sometidos’. En este versículo
del Corán me dio todos los signos y hizo de él la clave para mí de todas las
ciencias. Supe entonces que yo mismo era la suma (maÿmû‘) de todo lo que me
había sido dicho y comprendí que se me daba la noticia bendita de que poseía el
Maqâm Muhammadiano entre los herederos (wáraza) de la ‘natualeza total’
(ÿam‘ía) de Muhammad (s.a.s.), el último enviado, el último en recibir la
Revelación, a quien Allah había concedido las ‘Palabras de la Síntesis’
(ÿawâmi‘ al-kálim), y obtuve en el curso de esa ascensión el conocimiento de
las significaciones de todos los Nombres... Supe entonces que yo era un
‘servidor puro’ (‘abd mahd) y que en mí no había nada del
señorío (rubûbía, que sólo corresponde a Allah)”. Esta cualidad
de Heredero del Rango Muhammadiano (Wâriz al-Maqâm al-Muhammadi) sería
posteriormente confirmada al ash-Sháij al-Ákbar ante el Pleroma Supremo
(al-Mála al-Á‘là) donde el Sello (al-Jatm), es decir, Jesús, le invitó a subir
al almimbar instalado para él: “En el frontón del almimbar estaba inscrito
en luz azul: ‘Ésta es la Estación Muhammadiana más pura. Quien sube aquí es el
heredero, y Allah lo envía para velar por el respeto a la Ley’. En ese momento
recibí los dones de las sabidurías (mawâhib al-híkam) y así fue como
recibí las ‘Palabras de la Síntesis’ (ÿawâmi‘ al-kálim)...”.
La
función de Heredero del Maqâm Muhammadiano implica la de Sello de la Santidad
Muhammadiana (jatm al-walâya al-muhammadía), conforme a lo que el mismo
ash-Sháij al-Ákbar escribió: “Del mismo modo en que Allah selló con Muhammad
(s.a.s.) la Revelación trasmisora de una Ley a la humanidad, así ha culminado
con el Sello Muhammadiano la santidad que proviene de la herencia Muhammadiana.
No ha sellado la que puede provenir de otros profetas, pues, entre los
‘íntimos’ (awliyâ) hay quienes heredan de Abraham, de moisés o de Jesús, y
pueden existir tras el Sello Muhammadiano, pero tras él no habrá quien repose
directamente sobre el Corazón de Muhammad”. El ash-Sháij al-Ákbar sería él
mismo ese Sello Muhammadiano. Esto quiere decir que él es la puerta para el
conocimiento de las profundidades del Islam y que en sus enseñanzas es
saboreable la intensidad de la Revelación que tuvo Muhammad (s.a.s.). Esto no
excluye que haya otros maestros de su misma altura, y todo ellos se consideran
singulares y únicos porque están inmersos en la Unidad. Además, esa investidura
tuvo en Ibn 'Arabi un alcance tal que hizo de él patrimonio de todos los
sufíes, pertenezcan a la escuela en concreto a la que pertenezcan, siendo esto
parte de su universalidad en tanto que Sello. Por esa investidura Muhyî
d-Dîn era encargado de la función espiritual de instructor y guía de la
comunidad islámica, y se comprende por qué relata esa investidura en el prólogo
a los Futûhât, pues establecía el fundamento de su autoridad y de su
magisterio, afirmando la corrección de su doctrina y su fidelidad absoluta a
las enseñanzas muhammadianas, a la vez islámicas y universales. Esto justifica
plenamente el empleo por el Imâm ash-Sha‘râni de la expresión ‘pura de toda
duda’ con la que califica la ‘Aqîda del Sháij al-Ákbar, considerándola así
espejo en el que se refleja el Corán en toda su pureza.
En
un capítulo particularmente importante de los Futûhât, consagrado a ‘los
que vuelven junto a las criaturas después de haber llegado hasta Allah’, Muhyî
d-Dîn explica y precisa lo que es el Heredero (Wâriz) del Profeta y la
naturaleza de su función. Ese texto es igualmente fundamental para la
comprensión de las distinciones que hay que establecer entre los diferentes
‘íntimos de Allah’ (awliyâ) y entre las dos fases, ascendente y descendente, de
la realización espiritual. Gracias a esas explicaciones y a esas precisiones
podemos apreciar lo que implica, en el caso del ash-Sháij al-Ákbar, su
investidura como Heredero del Maqâm Muhammadiano.
El
Sháij comienza por recordar las dos fases de la realización espiritual del
Profeta: su retiro en el Monte Hirâ para consagrarse totalmente a Allah hasta
que fue interferido por Él, y después su Misión (Risâla) entre los hombres. La
Perfección (Kamâl) de los ‘íntimos’ (awliyâ) comporta, según lo anterior, esa
segunda fase que sigue a su Llegada (Wusûl) hasta Allah. Esa Perfección
se alcanza con el retorno (ruÿû‘) junto a las criaturas. Hay ‘íntimos’ (awliyâ)
que ‘no vuelven’, ‘los que se detienen’ (al-wâqifûn). En cuanto a los que
vuelven, los hay que lo hacen por propia elección (ijtiyâr), como Abû Mádian de
Sevilla, y otros lo hacen ‘a pesar de ellos mismos’ (idtirâr), como Abû
Yaçîd al-Bistâmi. La función esencial de los que retornan hacia los
hombres es la de servirles de guía (hidâya), haciendo nuevos Íntimos Herederos
del Profeta: “Entre los Santos, el heredero perfecto es el que se consagra a
Allah según la Ley del Enviado (s.a.s.) hasta que Allah le abre en el corazón
la comprensión de lo que reveló a su Profeta y Enviado Muhammad (s.a.s.). Esta
‘abertura’ tiene lugar por una teofanía (taÿalli) en su interior de la que le
resulta la gracia de la comprensión del Libro Revelado (el Corán), y el Santo
entonces pasa al rango (maqâm) de ‘aquéllos a los que Allah habla’
(al-muhaddazûn) en esta Comunidad. Ese acontecimiento juega en él un
papel análogo a la venida del Ángel al Enviado de Allah (s.a.s.). Y entonces
Allah lo reenvía hacia las criaturas para guiarlas y para explicarles los fines
de la Ley y cuáles son las tradiciones trasmitidas con seguridad por el Enviado
de Allah y las que no lo son. El Íntimo (Wali) delegado de este modo lo es en
función de una ‘ciencia señorial a él dada, fruto de la Misericordia de Allah y
que Allah le enseña desde Él’...”. Es así como eleva las aspiraciones de
las criaturas hacia la busca más preciosa y la estación más alta, haciéndoles
desear lo que hay junto a Allah, tal como hizo el Enviado de Allah (s.a.s.) con
la propagación de su mensaje. Pero el Heredero no puede introducir ninguna ley
nueva ni abrogar ninguna regla legal firmemente reconocida. En sus enseñanzas,
el Heredero ‘se apoya en una prueba evidente de su Señor’ y en ‘una visión
interior (basîra)’. Muhyî d-Dîn expone igualmente las diferentes
categorías de ‘los que llegan a Allah’ (al-wâsilûn), pues, cuando son
reenviados no podrán dirigir e instruir a las criaturas más que según el
dominio propio de su conocimiento y conforme a su modo de ‘llegar’ a Allah. Esa
‘llegada’ (wusûl) puede ser el resultado de un Nombre de Allah que los
haya ligado metódicamente a Él o por otra intervención de Allah en sus vidas: “Entre
los hombres espirituales que han realizado la Llegada, los hay a los que nada
es revelado en cuanto a los Nombres que los rigen, pero tienen competencia en
materia de obras prescritas por la Ley en base de las cuales han recorrido su
camino espiritual”. El Sháij precisa que hay ‘llegados’ a quienes Allah
concede la totalidad de sus dones.
Si
recordamos lo que dijo Muhyî d-Dîn en el relato de su ascensión
espiritual y su investidura como Heredero del Maqâm Muhammadiano, se comprende
plenamente lo que significa eso, y se observa que él estaba precisamente en el
caso excepcional que indica en último lugar, el de ‘aquéllos a los que Allah
ofrece todas sus gracias’. Él retornó a las criaturas con la totalidad de la
herencia Muhammadiana. Los términos empleados por el ash-Sháij al-Ákbar son
significativos: “Supe entonces que era yo mismo la suma (maÿmû‘) de todo lo
que se me había dicho, y descubrí que poseía el Maqâm Muhammadiano entre los
herederos de la naturaleza totalizante (ÿam‘ía) de Muhammad (s.a.s.)”.
Cuando esta primera investidura fue confirmada en el Pleroma Supremo, dijo: “Así
fue como recibí las Palabras de la Síntesis (ÿawâmi‘ al-kálim)”. Todas esas
palabras que acabamos de citar y recordar : yáÿma‘, ÿamî‘, maÿmû‘, ÿam‘ía,
ÿawâmi‘, pertenecen a la misma raíz ÿm‘ que expresa las ideas de totalidad y
síntesis. Creemos que ahí reside la verdadera clave del misterio de Ibn ‘Arabi
y de su obra. Ha heredado la naturaleza y la función totalizantes del Profeta,
su ÿam‘ía, y por ello no es solamente un Heredero del Profeta, entre otros,
sino el Heredero del Maqâm Muhammadiano. La función espiritual de Muhyî
d-Dîn, que se confunde con su realización descendente y su ‘retorno’ a las
criaturas, será la de convocar a las gentes hacia Allah manifestando, explicitando
y desarrollando todas las verdades de las que tuvo conocimiento, velando a la
vez por salvaguardar la unidad y la diversidad, la identidad y la distinción.
La ÿam‘ía es sin duda la palabra maestra en la obra de Ibn ‘Arabi, pues es la
naturaleza misma del ser humano, síntesis y microcosmos, la naturaleza misma
del principio profético eterno, totalizando todas las manifestaciones
proféticas de las que Muhammad es el Sello que las recapitula y las lleva a la
unidad, la naturaleza misma del Islam, última Senda revelada, reuniendo en su
universalidad las sendas anteriores, ‘Senda del medio’ (dîn wásat),
integrando y equilibrando las oposiciones. La conciliación de los contrarios
(iÿtimâ‘ ad-diddáin), las formulaciones antinómicas que
identifican ‘la afirmación sin antropomorfismo y la negación sin anulación (de
los Atributos de Allah)’ (izbât min gáiri tashbîh wa náfi min gáiri ta‘tîl),
son también manifestaciones de la ÿam‘ía y que se encuentran en la ‘Aqîda
(Doctrina, Cosmovisión) de Ibn ‘Arabi y que son prueba de
su absoluta corrección como musulmán (la cuestión puede ser
consultada en la al-‘Aqîda at-Tahâwía, traducida al castellano
entre las publicaciones de zawiya y que es uno de los clásicos de la exposición
de los fundamentos del Islam). En su dialéctica misma, su método de
argumentación exhaustiva, que da cuenta de todos los aspectos de una cuestión,
expresa el mismo espíritu de ÿam‘ía.
En
su investidura confirmada ante el Pleroma Supremo, Muhyî d-Dîn recibió
‘los dones de las sabidurías’ (mawâhib al-híkam). Nos parece
significativo que la última obra que tenemos de él, y que es como la coronación
de su obra, sea precisamente ‘Los Engarces de la Sabiduría’ (Fusûs al-Híkam).
En ese libro, que es como la recapitulación final de las manifestaciones de la
Palabra desde la Creación, el ash-Sháij al-Ákbar hace corresponder a
cada uno de veintisiete profetas o enviados -siendo el primero Adam y el último
Muhammad (s.a.s.)- con una Sabiduría específica que se expresa por una Palabra
(Kálima) de la que el profeta o el enviado es un soporte de manifestación, y
que lo inserta como una piedra precisa en una cadena. No es menos digno de
remarcar que la misión espiritual de Muhyî d-Dîn, que había comenzado
con el anuncio feliz (bushrà) de su Herencia del Maqâm Muhammadiano se acabe en
un sueño anunciador (mubáshshira) que tuvo en Damasco en el 627/1229 y en el
que vio al Profeta sosteniendo en sus manos un libro, el Fusûs al-Híkam,
y le ordenó comunicarlo a la gente.
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