LA VERGÜENZA,
MAESTRA DE LA VIDA
© Abg.
Giuseppe Isgró C.
Para los
antiguos griegos, la vergüenza equivalía al sentido del honor; la denominaban
“aidós” cuando se refería a la expresión de tal sentimiento en sí mismo/a; y
“némesis” o “recta indignación” cuando se experimentaba en relación con la
conducta ajena.
Alfonso
Reyes, uno de los máximos humanistas hispanoamericanos del siglo XX, en su obra
Rescoldo de Grecia, hace un sintético e interesante estudio sobre el tema.
Según
Reyes, -“hay actos que no se ejecutan sin sentir el reproche interno, y que
(las personas) prefieren abstenerse de realizar”. Mientras que, la “némesis”,
“surge entre verdaderos testigos del acto que la provocan”. En los casos que
nadie los presencie, -“el acto, sin embargo, respira némesis, sólo que no hay
pecho que lo reciba”. Luego agrega que, “némesis viene poco a poco a ser el
reproche cósmico que nos hostiga en la tierra”.
Demetrio
Falereo, -ese gran político, filósofo peripatético, orador y escritor
griego del siglo IV a.n.e., -organizador y primer director de la Biblioteca de
Alejandría-, expresó: -“Dentro de la casa tened vergüenza de vuestros padres,
fuera de ella, de todos cuanto os vean, y en la soledad téngala cada uno de sí
mismo”.
Hay
una ley divina mediante la cual, el infractor –aun cuando lo sea a nivel de
deseo o representación mental- experimenta tanto el efecto coercitivo, como el
“correctivo” o sancionador, a la vez, de la vergüenza.
En
la primera fase, el efecto coercitivo de la vergüenza se manifiesta como
resistencia ético-moral a infringir cualesquiera de las leyes cósmicas o
naturales, las de derecho público o privado, así como las normas morales, y las
de las buenas costumbres y urbanidad universalmente aceptadas; el elemento
tentador que se manifiesta, a nivel mental, exhortando al hecho punible, se
encuentra con la barrera o resistencia de la fuerza moral de la vergüenza que
experimentaría frente al Gran Ser Supremo, frente a la sociedad y a sí
mismo/a, tiene efectos coercitivos –es decir, de freno-, que le impide dar el
paso que separa de lo lícito.
La
vergüenza ha surtido efecto y la persona conserva la paz y quietud interior, y,
sobre todo, la tranquilidad de su conciencia, –severo juez-, cuya voz
interior conminatoria, constituye un verdadero verdugo para el infractor.
En
la otra fase, en el caso de que, la voz tentadora interna bloqueara el
poder coercitivo, es decir, de freno, de la vergüenza, -o sentido del honor-,
que indica lo justo, en cada caso, y triunfare, realizando el acto ilícito,
modificándose con la conducta respectiva, algún hecho del mundo exterior, o
simplemente, una vez aceptada la realización del acto indebido, efectuado a
nivel de representación mental –en este último caso de manifestación más sutil
a nivel del mundo interior o psíquico del individuo, de la cual, Jesús de
Nazareth tenía plena conciencia, al decir que, al desear las cosas ajenas, o la
mujer del prójimo, ya se había pecado, entonces, desde el mismo instante de
aceptación del hecho objetable, comienza a actuar el poder
“coactivo-sancionador” de la vergüenza, a nivel personal y, de la “Némesis”, o
reproche cósmico a nivel externo y, por medio de mecanismos cósmicos existentes
a tales efectos, de donde menos se piensa, comienzan a surgir las personas,
circunstancias o situaciones, además del respectivo reclamo interno de la conciencia,
que, por cualquier forma o medio –aún sin aparente relación con el hecho
punible, realizado o en vía de serlo-,hace experimentar la vergüenza
correctora o sancionadora.
Los
demás experimentan indignación hacia el infractor; mientras que éste siente
vergüenza, o reproche interno, en forma de arrepentimiento, que lo lleva a
enmendar su acción o conducta inadecuada a la norma ético-moral o de derecho,
haciendo, en el futuro, más fuerte y resistente el poder coercitivo o, de
freno, de la vergüenza, frente a la voz tentadora.
En
la persona honrada, el poder de la vergüenza proporciona la fuerza necesaria o
estímulo adicional para emplearse a fondo, para cumplir cualquier trato o
compromiso adquirido, es decir, efectuar un pago puntualmente; realizar un
trabajo bien hecho; observar una conducta idónea en todos los actos de la
vida; ser respetuoso y amable; mantener la compostura, positividad y serenidad
frente a los sucesos exteriores que le competen; asumir la propia
responsabilidad frente a todos y a sí mismo, dando la cara,
oportunamente, etc.
El
estudiante honesto tiene vergüenza de cosechar triunfos inmerecidos; y la misma
fuerza intrínseca de la vergüenza le insta a esforzarse más y mejor, para
asimilar conocimientos y así estar preparado para el momento de la evaluación
más importante, -no sólo frente a sus examinadores para aprobar determinado
grado o curso-, sino frente a la vida, quien le evalúa por los resultados que
obtiene; y frente a sí, por cuanto el juez más severo es el propio yo interno,
su conciencia, que le indicará, siempre, que aún debe y, puede, dar más
de sí, por medio de la insatisfacción personal y el poder coercitivo y el
“coactivo cósmico” de la vergüenza, para alcanzar lo óptimo y necesario en cada
caso.
La
vergüenza es un impulso estimulante para actuar con decoro, respeto y
fidelidad, dando valor por valor, haciendo a otros lo mismo que a cada quien le
gustaría recibir en idénticas condiciones; por supuesto, los valores
éticos-morales de la persona fortalecen el efecto rector de la vergüenza o el
sentido del honor; por lo cual, la convicción de lo justo, lo recto, lo
adecuado, en cada caso, es el mejor camino para mantener intacto el propio
honor y una elevada autoestima, modeladora de los grandes destinos humanos y
universales.
La
vergüenza es una manifestación activa de la prudencia y constituye un freno
para mantenerse dentro de los límites de la adecuada dignidad personal. A la
vez, es sanción, o castigo, para el infractor o la infractora, al exponerle los
propios actos a la “recta indignación” o “némesis” de la sociedad
decente, con efectos de repudio y excluyentes, tanto a nivel comercial,
profesional o personal.
Que
nadie pueda recriminar su conducta es el sincero anhelo de la persona con elevado
sentido del honor o probidad; es el sentir de quien, dando cabida al poder
positivo y moralizante de la vergüenza, con rectitud y definida conciencia
ética, se mantiene dentro de los límites de lo justo, de lo ecuánime,
verdadero, sincero y objetivo.
**
Cuando
las circunstancias, exentas de la propia intención, generan resultados de los
cuales se es responsable, la persona con rectitud de conciencia simplemente
asume los hechos y responde de los mismos, en forma inmediata, única manera de
evitar la recriminación de la “aídos” y de la “némesis”, es decir, el reproche
propio o ajeno.
La
vergüenza, como efecto moderador, es conductora del orden perfecto; indica, a
cada quien, cual es el lugar adecuado que le corresponde. A la persona
con méritos se le permite ubicarse y permanecer en el nivel acorde a su
dignidad y suma existencial.
La
vergüenza, en su polaridad positiva, tiene en sí misma un poder de atracción y
otro de repulsión. El primero, atrae lo elevado, lo bueno, lo justo, lo
armónico, etcétera, imponiendo un impulso auto motivador para su
manifestación tangible. El segundo, repele todo lo que expresa un valor
negativo, -o antivalor-. Es la fuerza rectora a través de la cual,
silenciosamente, actúa –coercitiva y coactivamente-, el universo.
El
acto indebido genera, en la conciencia, lo que en la antigüedad se denominaba
“la mala conciencia” –que atormenta más que el mismo “infierno simbólico”, éste
se refiere a penas futuras de incierta aplicación; mientras que la vida actúa
aquí y ahora y el infierno o paraíso, cada quien lo experimenta
instantáneamente, -y perdurablemente-, en el espacio y tiempo, de acuerdo
a la magnitud de los hechos; positivos o no.
La
vergüenza de algunos actos atormenta el espíritu, el alma y el cuerpo; lleva, a
la persona, una vez efectuada la compensación, a no volver a incurrir en hechos
cargados de antivalores, para evitar la experimentación de la pena
silenciosa que inflige la vida, a través de la auto vergüenza, -amén de la
pública, que desacredita-, que le recrimina constante e inflexiblemente, hasta
crearle conciencia del acto justo, a partir de cuyo momento vuelve la paz
interna –verdadero tesoro-.
Solicitar
el perdón cósmico, da, a cada persona, la oportunidad de reparar lo debido,
reestableciendo el equilibrio y haciendo cesar la “recta indignación” colectiva
y cósmica.
El
infractor, en cualquiera de sus múltiples e infinitos grados, experimenta,
enseguida, el efecto “coactivo” del cósmico y, por todos los canales adecuados,
el justo efecto sancionador o pena, correctivo de la conducta, y a la vez,
reeducativo y compensador, ya que todo se paga, con sus respectivos intereses
cósmicos.
Nadie
escapa, y es ahí porque en la antigüedad se hablaba de lo sabio de tener el
temor de Dios –el de infringir sus leyes-, por cuanto, “el ojo que todo lo ve”,
controla la totalidad del cosmos, lo premia todo y, a la vez, solicita el
pago respectivo, que será efectuado, sin excepción, en el aquí y ahora.
Séneca
–gran filósofo estoico- en su Epístola Moral a Lucilo, (40,13), le dice:
-“Tanto más, en efecto, trata de apartarte de este vicio cuanto que a ti te
será posible contraer tal lacra, a no ser que supere la vergüenza”, Se denota
la conciencia que tenía Séneca, de la vergüenza, como barrera antepuesta al mal
en general; es decir, un medio preventivo de la naturaleza indicando el
peligro; una señal inequívoca de lo que debe ser evitado.
Séneca,
vuelve a afirmar con más énfasis: -“No es posible, lo repetiré, que contraigas
este vicio sin perder la vergüenza”.
Agustín
de Hipona percibe otro aspecto interesante de la vergüenza, cuando expresa:
-“….Todo porque nos avergonzamos de abstenernos cuando otros nos incitan a
participar”.
Es
la vergüenza, en su polaridad negativa, -de los menos fuertes de carácter,
cuando son incitados a realizar actos pocos dignos-, modalidad que se
precisa controlar fortaleciendo la autoestima y afirmando la personalidad con
las prácticas de las virtudes y el desarrollo de la visión de los valores
universales.
Se
requiere evitar los actos “indebidos” y contrarios a la propia voluntad, lo
cual, generalmente, ocurre por la vergüenza frente a compañeros o amigos que,
en la euforia del grupo, se animan y contagian para la realización de
conductas, de las cuales, acto seguido, se amerita el reproche ajeno o el
propio arrepentimiento. Este aspecto negativo de la vergüenza va desde el hecho
de usar productos de marca; la de fumar sin desearlo, o, ingerir licor, en una
reunión de negocios, cuando lo que se quiere es tomar un zumo de frutas,
hasta la realización de hechos pocos positivos; igualmente se expresa en el
temor de “lo que dirán”, cuando se trata de emprender una acción original,
diferente, o asumir una línea de pensamiento distinta a la mayoría que, en las
personalidades definidas, y auténticas, la conciencia de lo positivo -e
importancia de los propios actos-, constituye móvil suficiente para emprender
la tarea, sin importar los obstáculos a vencer, y, al final, el triunfo es
seguro.
Es
preciso superar a “toda costa” ese temor “del que dirán”, expresión
negativa de la vergüenza y afirmar la positividad de la misma, haciendo
todo lo que se teme hacer.
Mientras
los propios actos no perjudiquen a nadie, no se debe sentir vergüenza por nada.
Es
conveniente, también, controlar ese afán de búsqueda de reconocimiento ajeno,
debiendo bastar, en las mayorías de los casos, el sentimiento de la propia importancia
y valía.
Cada
quien, siempre, es mejor de lo que se cree. La persona honrada, en cualquier
posición en que se encuentra, -y, mientras más elevada mejor-, por cuanto
precisa demostrar menos, siempre preferirá el perfil más modesto, en base al recto
proceder, que cualesquiera otra forma que deje de ajustarse a tal patrón
ético-moral.
Más
vale la escoba honrada del barredor que la pluma de oro usada incorrectamente;
es más valiosa comida modesta en casa con techo de paja, propia, que suntuosos
majares en mansión lujosa ajena, -decía Salomón.
Es
necesario afirmar, cada día más y mejor, en la conciencia, la visión de los
valores positivos universales del amor, la sabiduría y/o prudencia, la
justicia, la fortaleza, la templanza, el orden, la igualdad, la compensación,
el respeto mutuo, la tolerancia, la fraternidad, la cooperación recíproca,
etcétera, haciendo que los propios se ajusten, -y guíen-, por sus elevados
principios direccionales, de rectitud absoluta, rehuyendo aquéllos que
pudieran representar antivalores respectivos.
Abriendo
la mente a la luz de la visión de los valores universales, meditando en los
efectos positivos de su aplicación y practicando asiduamente la ética cósmica,
se afirma, cada vez más, una vida llena de auténtica riqueza y abundancia,
optimizando el sentido del honor, que no es otra cosa que la guía positiva, y
divina, del sentido de la vergüenza, maestro y rector de la vida.
La
vergüenza canaliza el sentimiento del pundonor que mueve a la persona al
resguardo de su honra, prestigio y crédito personal por medio de la práctica de
todas las virtudes.
Adelante.
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