EL AMOR A LA FAMILIA
©Giuseppe Isgró C.
La familia material es la contraparte de la espiritual de la que formamos parte, la cual es conformada por los seres encarnados, en un momento dado y por los que, al mismo tiempo, se encuentran en la dimensión espiritual, esperando su turno, en cooperación recíproca, es decir, unos apoyándose con los otros y viceversa; puede darse el caso que, paralelamente, los miembros de la familia espiritual que conformamos se encuentren encarnados en otros países, en otras familias, empero, a largo plazo, los miembros de esas diversas familias forman parte de los integrantes de un solo grupo o núcleo familiar con diversas vertientes y ramificaciones en la búsqueda de un objetivo común.
La familia espiritual está integrada, en un momento dado, por seres afines, amigos, entre quienes reina un amor profundo, una gran amistad y lazos sólidos de afinidad y admiración recíproca. Empero, dentro del mismo núcleo familiar van entrando a formar parte quienes, en un momento dado, deben limar asperezas, compensarse, recíprocamente, deudas kármicas, dar vidas que puedan adeudarse, por lo cual, la familia, en cualesquiera de los roles, que por etapa, nos toque representar, constituye un vehículo extraordinario para compartir una convivencia armónica, de solidariedad, de cooperación, de amor y de fraternidad, por lo cual, en un momento dado, quien nos dio la vida, a nivel físico, puede haber sido alguien que, en una vida anterior nos haya privado de ella y que, por efecto de la ley de justicia universal, ahora le correspondió reponerla y los lazos de la sangre de madre a hijo o hija, permiten nacer la afinidad entre ambos seres, y donde antes existía enemistad u odio, ahora se propicia la oportunidad de limar asperezas y consolidar lazos afectivos que harán más agradable las relaciones entre las partes, en un futuro inmediato, permitiendo la convivencia armónica, así como el apoyo mutuo y recíproco.
Por eso, hay que valorar a la familia, a los padres que nos han dado la vida en este ciclo existencial, cumpliendo con la ley universal y con los propios planes previamente establecidos en la dimensión espiritual, antes de encarnarse, bien sea por afinidad, por karma o por deber, empero, facilita compartir una vida, ayudarse mutuamente, y las experiencias que se recaban, al final hacen percatarse que eran las necesarias al propio nivel evolutivo y desde una perspectiva espiritual más elevada, nos permitirían darnos cuenta, de que, antes de reencarnar, nosotros mismos hemos elegido a esos seres que ahora constituyen nuestra familia y las respectivas pruebas por las cuales se va pasando en el curso de la existencia.
Con el tiempo, esos seres maravillosos que constituyen los miembros de nuestra propia familia, pese a las diferencias momentáneas que pudiesen haber, en un lapso determinado, una vez superada la etapa, se dan cuenta, desde la perspectiva espiritual, que valió la pena superarla, ya que eran pruebas previamente antepuestas como objetivos espirituales de vida, y ahora no hay que volver a repetir la experiencia, constituyendo un tiempo ganado y una etapa superada.
La ley divina dice: -“Quien odia tendrá que amar, y el que quita una vida, con sus besos la repondrá, además de las compensaciones inherentes”-.
El crisol alquímico en el cual se efectúa la purificación es la familia. Es preciso amar a los seres que la conforman, por cuanto, cada uno viene a compensar al otro, a ayudarse mutuamente, al final, todos saldrán favorecidos, aunque ahora no se vea ese fin ulterior.
Cada quien, dentro de la familia, aporta el medio para perfeccionar la afinidad y la armonía y muchas veces antepone las pruebas a los demás miembros y a sí, que les permitirán, a todos, evolucionar.
El bien que hagamos a nuestros padres, el respeto y amor que le profesemos, la ayuda que ahora les prestemos, oportunamente, nos será dado por nuestros propios descendientes, como ley de compensación; empero, al margen de ello, nuestros padres de ahora, volverán, en un futuro próximo, a formar parte de nuestra familia, por cuanto, la familia física se va rotando con la espiritual y los abuelos de ahora pueden ser los nietos –o biznietos- de mañana y viceversa. Damos y recibimos, recibimos y daremos a nuestra vez; la familia es maravillosa en cualesquiera formas en que la veamos y debemos honrarla, respetarla, amarla y ayudarla generosamente, hoy por uno, mañana por otro. El vínculo afectivo, de amor, engrandece a los seres; les hace fuertes, sólidos, invulnerables, y mucho más felices.
Las pruebas en común unen a los miembros de la familia, les fortalecen y les permite consolidar el sentimiento de unión afectiva e indisoluble, de identificación, de pertenencia, de solidaridad y afecto recíproco.
Amemos a nuestros padres, honrémosles, brindémosles el cariño que se merecen, el apoyo necesario en todas sus vertientes, que ellos sientan que no han arado en el mar al habernos dedicado tantos años de su vida durante la etapa de crecimiento en que, con abnegación y amor, sacrificaron un largo tiempo en ayudarnos a emanciparnos, en educarnos, en darnos lo mejor de su ser: su amor, su apoyo y sus sacrificios, privándose, muchas veces, de algo para sí, para dárnoslos a nosotros.
Nadie, como los padres mismos, pueden saber los incontables sacrificios y luchas que han sostenido para levantar a la familia, educar a los hijos, y hay hijos que, una vez culminados sus estudios universitarios ven con menosprecio a sus progenitores por sus pocos estudios u orígenes humildes; afortunadamente, son una minoría que aún deben aprender a honrar a sus padres y reconocer que, dentro de esa faz de humildad, se encuentra una dignidad y grandeza que es preciso saber ver más allá de las apariencias.
El amor, el afecto, el sentimiento filial, cultivado y estimulado, permite honrar los padres con un sentimiento de gratitud por todo lo que ellos han hecho por nosotros y que, continuarán haciendo, todavía, por cuanto, aún desde el mundo espiritual, cuando ya han pasado a mejor vida, continúan dando su apoyo a los hijos, ya que el amor de los padres a los hijos es tan grande que solo en el rol de padres se puede experimentar y comprender, y los lazos afectivos perduraran desde el mundo espiritual, ayudando, los espíritus de los padres a sus seres queridos, apoyándole, inspirándole, protegiéndole, en fin, dando toda su cooperación, en cualesquiera formas que uno, a veces, ni siquiera se puede imaginar.
La familia es el núcleo en el cual se expresa el amor en todas sus vertientes y variedades y prepara para ese amor aún mayor que constituye la familia cósmica, donde, en nuestro carácter de hijos de un solo Padre, el Creador Universal, todos somos miembros de la fraternidad del universo; esa es nuestra meta común, reconocernos hermanos y hermanas y velar por el bien de la humanidad toda, donde, por el respeto mutuo, cada quien aporte el mayor bien, en armonía con todos.
Sin duda, este es un tema emocionante.
Adelante.
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